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Alberto Soldado

Los patios de vecindonas

Rocío Carrasco

Antonio David y Rociíto Carrasco han polarizado España. Ríanse ustedes de los papeles de Bárcenas o de las previsiones del Parlament de Catalunya. Millones de espectadores se asomaron a la televisión para escuchar las confesiones de la hija de la tonadillera más popular, la misma que se casó con un guapo boxeador que vestía de marinero en la mili y que, como todos ustedes deben saber, se separó y se casó con una peluquera. Ustedes seguramente conocerán lo justo sobre el teorema de Pitágoras y nada sobre la controversia pelagiana porque de qué sirve saber si la doctrina del pecado original es verdadera o falsa. Vete tú a saber qué sentido tiene aburrirse con esas disquisiciones. Nada comparable con «los patios de vecindonas» de la copla de Rafael de León que cada tarde montan en la cadena encargada de suministrar chascarrillos y cotilleos inconfesables. Tampoco hay que ponerse trascendentes ya que en tiempos de san Agustín las mentes más brillantes se pasaron un siglo predicando el mérito de la virginidad y la condenación de los niños no bautizados.

La mujer confesó ante la Justicia y ésta, que sólo entiende de pruebas contundentes y que no suele mojarse, no se mojó. Si no se moja con el artículo constitucional ese que dice que «se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen», como para mojarse en cuestiones de violencia contra las mujeres. Hay muchos hombres que la ejercen sin levantar la mano y a ver cómo demuestras eso con pruebas físicas ante sus señorías. Además, las gentes con uniforme han de ser virtuosos desde la cuna para que, impregnados como están del espíritu del ordeno y mando, no lo apliquen a sus mujeres o compañeras.

La Justicia ha dado sobrados motivos para que la plebe considere aquello de que donde las dan, las toman. Que es lo que, a fin de cuentas, ha hecho Rociíto. Ella, que se ha visto defraudada por la diosa Dices, la de la balanza, ha encontrado en ‘Sálvame’ la audiencia que necesitaba. Habrá respuesta del que otrora velaba porque el honor fuera su principal divisa. Antonio ha demostrado ser un pícaro pues, según se dice, se quedaba con las multas de los extranjeros aunque en estos tiempos de relativismo absoluto el pícaro podría argumentar que a fin de cuentas se quedaba con dinero extranjero para ingresarlo en cuentas nacionales, o sea que… el delito podría convertirse en virtud viendo como vemos que tanto dinero español de egregios personajes se ingresa en cuentas extranjeras para evadir impuestos. Así es que debe pensar, y seguro que lo hace, que el honor también tiene un precio e intentará rascar de los millones de espectadores que hoy lo ven como un maltratador. Los de Mediaset, que saben lo que les puede caer encima, habrán hecho el apartado correspondiente en el capítulo de gastos previsibles.

Y en cuanto a lo de cobrar por confesarse es un producto del liberalismo. Si el Real Madrid cobra cientos de millones de euros por sus derechos de imagen y los de Rociíto valen dos millones, es ley del mercado. A falta de industria manufacturera bien está crear industria del corazón. En los Patios de Vecindonas se rajaba gratis pero aquellos eran tiempos de miserias y hambres, de represiones ocultas. Las lenguas de doble filo y sus murmuraciones eran una liberación de cuerpos y almas oprimidas. Simplemente ha ocurrido que el capitalismo ha multiplicado el valor económico de los sentimientos. Si sirve para que esa violencia oculta se destape bien pagado está. 

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