Según el diccionario de la Real Academia Española, crispar significa irritar o exasperar a alguien, parece un acto individual de tipo privado que pretende sacar de las casillas, enojar o hacer perder los nervios a un interlocutor. Pero esa interpretación singularizada no es la única que puede contener el término. También se puede aplicar a grupos y se suele utilizar con frecuencia para irritar al contrario en actuaciones colectivas como son las contiendas deportivas. Es conocido que en los grandes partidos de baloncesto y hockey americanos, la proximidad en la lid, el cuerpo a cuerpo entre los jugadores rivales, suele ir acompañada de lindezas verbales que se reparten mutuamente utilizando términos descalificatorios y provocadores como una estrategia de crispación para sacar al contrario del partido, y en ocasiones produce los resultados esperados. Solamente el temple y los nervios de acero son los que pueden evitar caer en esa trampa.

Hace algún tiempo acuñábamos un término curioso y poco correcto para la RAE, como es la futbolización de la política española: cada vez más, los comportamientos en este terreno se asemejan a los que practican los hooligans. Hace ya algún tiempo que ha perdido todo interés la vida parlamentaria y tampoco la respuesta institucional a la gestión suscita un seguimiento interesado por capas amplias de la sociedad. Cada vez más se sustituye el análisis sereno por un seguimiento, minuto y resultado del espectáculo organizado alrededor de las acusaciones de todo tipo que se lanzan entre representantes de los distintos grupos políticos. Las grandes frases vacías de contenido ocupan los titulares de los medios y se han convertido en el elemento de referencia en el pulso político actual. Se trata de actuaciones desprovistas de utilidad, pero con una gran repercusión mediática. De esta manera, al igual que ocurre en algunos estadios, se ha colado en la vida pública la zancadilla y el juego sucio.

Las dos referencias deportivas previas tienen mucho que ver con lo que está sucediendo en el campo de la política y que se ha evidenciado en el desarrollo de una campaña electoral de unas elecciones autonómicas que han pasado a la categoría de nacionales, sin serlo. El legítimo ejercicio de propaganda electoral y los debates entre los candidatos se ha dinamitado desde dentro consiguiendo, de esta manera, que las noticias y consignas solamente se presenten a través de unas redes cada vez más incendiadas y con licencia para crispar.

La gravedad del asunto se sustenta en que mientras en el mundo deportivo estas prácticas fuera de las reglas solamente tiene repercusión en un juego, o a lo sumo en un negocio de masas, en la vida política está en riesgo el bien común de los ciudadanos que no podemos estar sometidos a un peligroso ejercicio de descalificación constante, sin ninguna posibilidad de conocer las propuestas concretas que tiene cada una de las opciones para abordar los importantes problemas a los que nos enfrentamos.

Posiblemente ha llegado la ocasión de hacer pedagogía y desenmascarar esas salidas de tono o esos mensajes incendiarios que no son calentones del momento, sino que responden a una estrategia previamente establecida para sacar a los votantes del debate electoral. De manera que, cuanto más se eleve la tensión, mayor crispación y mayor alejamiento de los ciudadanos de su derecho a elegir libremente entre las distintas opciones.