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Juan José Millás.

Una quimera

Se habla con asombro de lo que ocurrirá cuando las máquinas sean capaces de escribir novelas. ¿Y qué es lo que ocurrirá? Pues que, si son buenas, quizá desaparezcan los novelistas. Quizá no. Tal vez se establezca una competencia interesante entre la inteligencia natural y la artificial, no lo sabemos. Sí sabemos, en cambio, lo que ocurrió cuando las máquinas aprendieron a preparar la tierra, a cultivarla, cuando aprendieron a recoger la cosecha. Un tractor actual es capaz de llevar a cabo el trabajo que antes realizaban doscientos o trescientos hombres, si no más. Los tractores ya no necesitan ni conductor. Basta con que les digas lo que tienen que hacer y se ponen a ello. Ahora no constituye una rareza ver una de estas máquinas roturando una hectárea sin nadie a bordo. Tampoco resulta extraño que una ordeñadora artificial, programada a distancia, extraiga la leche de las ubres de un centenar de vacas a la vez.

¿Qué ocurrió cuando los ordenadores penetraron en la cultura agro? Que los hombres y las mujeres del campo emigraron a las ciudades, generalmente a sus periferias, buscándose la vida en lo grandes complejos industriales que demandaban mano de obra. Toda una cultura -la cultura del campo- se perdió. Los famosos acuerdos de Maastricht intentaron poner orden en esas pérdidas, ignoramos si con buen tino. En España subvencionaban el abandono de las tierras, la muerte de las ganaderías, te daban dinero por arrancar olivos. Toda una cultura milenaria, transmitida de padres a hijos, se fue por el agujero negro del nuevo orden mundial.

¿Qué hace un ganadero a la hora en la que antes ordeñaba? ¿Qué hará un escritor a la hora en la que antes escribía cuando sea sustituido por un ordenador? ¿En qué clase de periferia se refugiará el poeta? ¿Hay mucha diferencia entre no poder cultivar la tierra y no poder escribir? El otro día, en una entrevista, Andrés Schleicher, director de Educación de la OCDE, afirmaba que «la enseñanza, en España, educa para un mundo que no existe». Yo me atrevería a más: me atrevería a decir que vivimos en un mundo que no existe.

En una quimera. 

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