El titular de este artículo podría ser el título de una de aquellas películas de erotismo o pseudo-erotismo de serie B que proliferaron a finales de los años setenta con el fin de la censura mientras las carteleras cinematográficas anunciaban a bombo y platillo el estreno de ‘Emmanuelle’ como pionera del género porno-chic. El gobierno de Pedro Sánchez ‘El conciliador’ ha anunciado la ‘Operación destape’ y desde el pasado sábado 26 de junio ya podemos ir «con la cara lavada y recién peiná» que cantaba Manolo Escobar y sin mascarilla al aire libre. Ya sabemos que hay otros que seguirán prefiriendo ir con la ‘cara al sol’ y de paso anunciando el próximo apocalipsis con la excusa del indulto del Gobierno a los presos y presas catalanas. Por cierto, Inés Arrimadas, con motivo de su recurso al indulto, ha recordado su catalanidad damnificada por el llamado ‘procés’. No deja de ser curiosa esta proclama identitaria por parte de la lideresa de Ciudadanos, que siempre ha pregonado su origen andaluz y actualmente ejerce de ciudadana madrileña. A no ser que le pase como al protagonista de ‘Corazón loco’, que para Arrimadas una sea «el amor sagrado» y la otra «el amor prohibido». Y de paso, no estar loco, que remataba la voz de Antonio Machín.

Uno, que siempre está con la oreja en alerta a lo que escucha por la calle, esto de levantarse la veda a la mascarilla me parece que no genera entusiasmos unísonos. Vamos, que la cosa no está ‘tots a una veu’ como nos ilustra nuestra Generalitat. Con el virus delta en los talones y rondando arriba y abajo, no son pocos los que de momento piensan seguir haciendo uso de ella hasta que la cosa se aclare un poco más. La verdad es que lo entiendo, yo mismo tengo que confesar mis dudas y temores a abandonar la mascarilla después de todos estos meses de fraternidad y convivencia. Me resisto a escribirle mi carta póstuma. Después de más de un año compartiendo tantas cosas, tantos momentos juntos, inseparables, haciendo frente a la cajera del supermercado, al conductor del autobús, a la subdirectora de la sucursal bancaria, se me hace difícil decirle adiós así por las buenas. A la francesa. Reconozco que soy un poco sentimental y me suelo encariñar las cosas, como esa gabardina pasada de moda que te resistes a expulsar del armario. O ese álbum con los cromos de ‘Vida y color’ que te ha acompañado en todas las mudanzas. O esa colección de vinilos de Cat Stevens que te arropó en el tránsito hacia la adolescencia.

De momento, demos la bienvenida al verano con o sin mascarilla. Hubo un tiempo en que con la llegada de la estación de sol y playa la llamada canción del verano se convertía en uno de los principales argumentos informativos junto con las operaciones salida. Para mí, por cuestión de edad, mi edad de oro de la canción del verano se enmarca entre las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo XX. Entre Fórmula V y Raffaella Carrá, pasando por ‘El bimbó’ de Georgie Dann. Es cierto que la carrera por hacerse por el título ha continuado a lo largo de todas estas décadas, pero también es cierto que los nuevos hábitos musicales, internet, tecnología, canales de difusión, ha ido difuminando su protagonismo al mismo tiempo que se diversificaba la oferta. Todavía hemos tenido tiempo de vivir el pelotazo de ‘La macarena’ en el verano de 1995 y corear y bailar el ‘Waka Waka’ ya entrado el siglo en que estamos. Seguramente las generaciones más jóvenes disfrutaran de sus canciones de verano que yo no tengo el gusto -ni el deseo, de momento- de conocer. Qué quieren que les diga, me resulta bastante imposible encontrar canciones hoy en día que superen la belleza de una composición como ‘Sapore di sale’, que contiene toda la sensualidad, el placer, y también la melancolía de ese tiempo de felicidad que se escapa a orillas del mar… Es necesario escuchar la voz de Gino Paoli cuando cantaba aquello de «sapore di sale, sapore di mare, que hai sulla pelle, che hai sulle labbra…» y el saxo de Gato Barbieri se enfilaba hacia el sol más luminoso del verano mediterráneo.