Decía con acierto José Luis Villacañas en su artículo ‘Borrar nombres’ (Levante-EMV, 25-2-20), que «toda justicia transicional se basa en un primer mandato: hallar y conocer la verdad»; lo que impide considerar la hipótesis, añadía, «del perdón en abstracto, porque eso no es perdón, sino carencia de rigor moral». Lo que nos recuerda también el psicólogo salvadoreño Mauricio Gaborit, cuando afirma que «el perdón es un acto de benevolencia por parte del ofendido y tiene que ir precedido del arrepentimiento de la persona contrita». Y no existe el arrepentimiento si el que conoce y sabe no contribuye a recuperar la memoria y la verdad del crimen. Pedir perdón y callar, por lo tanto, es un nuevo acto de desprecio a la dignidad de las víctimas; más aún, si hablamos de crímenes contra la humanidad. Porque como constata el jurista colombiano Rúa Delgado, «con las heridas abiertas por la violencia, sumadas al drama de la incertidumbre por el desconocimiento del paradero de los cuerpos de sus familiares, en el caso de las desapariciones forzadas, o por la inquina ocasionada por la impunidad para con los victimarios, lograr la reconciliación resulta imposible», quedando vacía de contenido la petición de perdón genérica que no se fundamenta en el reconocimiento de la identidad y la verdad, unidas a la reconstrucción de la memoria histórica, la memoria del dolor y la dignidad de las víctimas. Así, desde la recuperación de la identidad abolida o manipulada, la verdad rescata la memoria amordazada por el silencio impuesto y surge el reencuentro restaurador de aquel tejido social roto, para reconciliar la convivencia perdida.

En nuestra cercanía e incluso pertenencia a las víctimas, lo hemos escuchado repetidas veces en sus testimonios, cuando se enfrentan a la hipótesis del perdón: «No sé si podría perdonar»; «quizá pudiera»; «es posible». Pero como nos recordaba también José Luís Villacañas, todas concluyen igual: «Antes de perdonar, tengo que saber a quién debo perdonar; quienes saben la verdad, antes deben contarla». Recordar y saber, o lo que es lo mismo, verdad y memoria. Porque sin verdad no hay justicia memorial. El tiempo del perdón y olvido ya terminó. Es la hora de la verdad.

No es cierto, como dijo el líder de la oposición hace unas semanas, que «los españoles ya nos reencontramos en 1978». El pueblo español lleva muchas décadas buscándose a sí mismo. El mismo tiempo que los familiares de las víctimas olvidadas de la Guerra de España y del franquismo, llevan buscando a sus muertos y a sus hijos robados. Y la ‘concordia’ nunca florecerá en el terreno pedregoso de la discordia permanente.

El debate parlamentario sobre el proyecto de Ley de Memoria Democrática, que se iniciará en los próximos meses, nos ofrece una gran oportunidad para aportar a la construcción y preservación de la memoria histórica de la Guerra de España y la dictadura, y lograr que brillen también todas las dimensiones de la verdad, incluyendo la dimensión democrática. De tal forma que no solo se satisfaga el derecho a la verdad, sino que también se contribuya a sentar las bases de la convivencia, la reconciliación y la no repetición. Al tiempo que se proyecta sobre la situación de amnesia y crispación que vive el país, una nueva dinámica de trabajo de la memoria que fortalezca la actitudes democráticas, tolerantes, para que todos asumamos el objetivo del cierre de esa fractura de dolor, silencio y olvido, en un proceso de encuentro restaurativo tanto a nivel político, como ético, social, en la dinámica irrenunciable de la tutela judicial efectiva.

La reconstrucción de la verdad histórica, no solo la del acto criminal, se logra dando la palabra a las víctimas, reconociendo sus sufrimientos y rehabilitándolas en su dignidad de personas. Para ello, es necesario abrir espacios públicos, no solo judiciales, en los que se pueda escuchar la voz de las víctimas, en los que puedan realizar una experiencia positiva de terapia curativa de la palabra y la comunicación, a los que nunca han podido acceder las víctimas del franquismo ni sus familiares directos y descendientes, salvo puntuales trabajos de investigación y periodísticos excelentes. Unos espacios que además pretenden facilitar el diálogo restaurativo entre víctimas y victimarios y, en todo caso, el relato heredado por sus familiares de las vivencias traumáticas y del dolor transmitido a las nuevas generaciones.

Por eso abogamos por la creación en España de una Comisión de la Verdad. Es uno de los mecanismos extrajudiciales habituales en el derecho internacional humanitario, en el ámbito de lo que se conoce como justica restaurativa en los procesos de justicia transicional, para la reparación de los derechos de las víctimas de violaciones de los derechos humanos. Un organismo de naturaleza independiente y autónoma, constituido por expertos internacionales, en cuya elección deben participar las organizaciones representativas de las víctimas y que deberá asumir tres funciones esenciales: contribuir al esclarecimiento de la verdad y la reconstrucción de la memoria histórica de quienes padecieron violencia durante la Guerra de España y la dictadura; promover y contribuir a la sanación de las víctimas mediante el ejercicio público de una terapia curativa de la palabra y, al mismo tiempo, promover la restauración de su dignidad y su reparación popular y comunitaria violadas, así como el reconocimiento voluntario de responsabilidades individuales y colectivas; y fomentar la conciliación y la convivencia democrática y el encuentro restaurativo de una sociedad fracturada por el dolor y el olvido, en toda su dimensión transgeneracional, para que las diferencias de cualquier tipo nunca más se pretendan resolver con el discurso del odio, la venganza y el uso de la violencia.

Para todo ello, promoverá un ambiente de diálogo en el que se consoliden el respeto y la confianza ciudadana en el otro, la cooperación y la solidaridad, la justicia reparadora y una nueva dinámica de reconciliación, que se proyecte también sobre la situación de enfrentamiento y violencia verbal que vive el país; para que las diferencias de cualquier tipo se encaren desde el respeto al otro y el diálogo constructivo.

El trabajo de la memoria fortalece las actitudes democráticas y tolerantes en las sociedades actuales. Y reivindicar verdad, memoria, justicia y reparación, en definitiva, es reivindicar la vida. Por eso, es la hora de la Comisión de la Verdad.