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González

Con las mujeres afganas

Hace casi una década que una niña valiente se subía a un autobús en el distrito paquistaní de Swat con la intención de ir al colegio. El régimen talibán dominaba la zona y uno de sus fundamentalistas disparó a la cabeza de la niña. Ir al colegio, aprender, educar a las mujeres es algo prohibido para un régimen autoritario, reaccionario y, sobre todo, extremadamente machista. Malala sobrevivió y se convirtió en un icono de esas mujeres y niñas que no quieren quedarse en casa o convertirse en esclavas sexuales de los terroristas.

Hace unos días, una mujer afgana recordaba que ninguna mujer de su país había iniciado la guerra y, sin embargo, ellas eran las primeras víctimas (desde mayo el 80 % de quienes han huido de Afganistán son mujeres y niños/as). Explotadas sexualmente, violadas, asesinadas… ese es el futuro para miles de mujeres hoy en Afganistán. Si defendemos políticas progresistas y feministas, la política internacional debe serlo también. Las mujeres y niñas de Afganistán no pueden ni deben ser abandonadas a su suerte. Las mujeres sabemos mucho de ser “la excepción” y no afrontar políticas profundas que transformen la realidad de todas. Malala no puede ser esa excepción. Diez años después no podemos dejar a esas mujeres solas ante la barbarie talibán. “No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas” dijo la escritora Audre Lorde. No caigamos en la vergüenza internacional de olvidar a las afganas. 

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