Para ganarse una oportunidad en el Valencia, David Silva pasó por dos cesiones. La primera fue en Eibar, antónimo de Arguineguín: botas embarradas, núcleo industrial que aquel 2004 sufrió el peor invierno que recordaban sus vecinos, centrales resabiados y otros cromos olvidados como rivales… Mendilibar cuidó su adaptación y hasta le sugería en qué carnicerías debía ir de su parte, para que le guardaran los mejores cortes de ternera. Aquel talento juvenil de mirada tímida, que ya había deslumbrado en un Mundial sub-17, maduró mentalmente y fortaleció las piernas en esa universidad-de-la-vida-futbolística llamada Ipurua. Y para merecer una estatua a la puerta del Etihad Stadium de Manchester necesitó brillar a lo largo de 436 partidos, con sus diez inviernos, para ser tan citizen como Liam Gallagher cantando Blue Moon.

La piel del negocio muda, los presidentes del momento son los mismos caprichosos hombres volátiles de siempre, pero respaldados por fondos soberanos. Y el decorado mediático ha cambiado lo suficiente para convertir la cobertura televisiva de una negociación, la de Mbappé, en un homenaje a David Lynch. Pero los tiempos del fútbol, del juego, no se alteran. Son tan lentos y pacientes como la migración continental de las mariposas monarca. La naturaleza no da saltos, dejaron dicho desde Charles Darwin a Carlos Alberto Parreira. En el largo viaje a través de sus dorsales se explican las etapas de Soler y el futbolista que ha acabado por ser: 28, 18 y 8 hasta llegar -180 partidos mediante- a un 10 que quizá habría merecido antes por su juego, por su demarcación o por un valencianismo que ya adivina el mismo vuelo prolongado que el de Fernando y Claramunt. En el camino, entre el paisaje, ni se atrevió a pedir lanzar faltas, aunque las patease igual de bien que Parejo.

Apuntar que Kang-In Lee ha querido quemar ciertos códigos responde a una tentación facilona y puede que hasta creíble al ver cómo la perla surcoreana perdía los papeles con sus frustrantes rojas directas ante el Atlético y el Madrid. Pero todos los posibles defectos de Kang-In son atribuibles a la edad, a la ambición, a la ingenuidad, la misma que un adolescente Farinós tratando de sabotearle un penalti al «Burrito» Ortega. Es un ímpetu fácilmente reconducible con un proyecto estable y una presencia firme del club, el mismo club que con tanto esmero ha estado durante una década cuidando tanto su formación que le ha aislado de exponerlo en entrevistas, pese a que la centralita de la oficina de LaLiga en Seúl hirviera en peticiones. Un proceso impecable. Pero llegado el momento crucial del salto al primer equipo, Meriton cazó al vuelo a las mariposas monarca antes de que llegasen a México. Le usó como escudo para desmontar un proyecto solvente que muy posiblemente le habría ayudado en su progresión, tal como Milla, Carboni o Djukic contribuyeron a consolidar en su día el crecimiento de Mendieta y Gerard. No se le hizo un proyecto enfocado a que contase con más minutos, porque lo que encontró fueron escombros y restos de un naufragio que han frenado su progresión. Con 20 años, con toda una carrera por delante, es fácil intuir que, desde los inviernos templados de Mallorca, los tiempos pacientes del fútbol acabarán favoreciendo su talento, como con Isco, Rafa Mir o Gonzalo Villar.

Pd: La salida de Kang-In también se entiende en el presente de un Valencia aferrado a Bordalás, a un equipo a su imagen y semejanza, un equipo para un momento y un rescate, con Alderete, Hugo Duro y Foulquier llamados a ser como aquellos Eskurza, Gabi Moya y Ferreira que Luis Aragonés se llevaba a cada ciudad que entrenaba para resucitarla con descargas de contragolpes.