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Fumanal

EL MIRADOR

Verónica Fumanal

Entrar y salir en política

Qué fácil es entrar y qué difícil es salir. Y es que el día que alguien entra en la política saltan los titulares, las llamadas de felicitación y los wasaps del ‘fenómeno Donettes’, que como decía aquella campaña publicitaria, te salían amigos por todas partes. Ese día deben pensar que la política no es tan dura como les han avisado, hasta la prensa parece amable, porque ese día no hay titulares sobre si tu pasado contradice o no lo que dices defender en el presente. Pero solo hay un primer día, igual que una primera impresión. Sin embargo, no hay día en que te vas, hay muchos días y no tienen por qué ser seguidos, porque cuando parece que se acaba, vuelve un titular, una mención que te devuelve al candelero. Porque uno nunca acaba de irse de la política.

Uno puede abandonar la política, pero, como decía, no hay un día en que la política te deje partir sin más. Es noticia el día de tu cese, dimisión o cuando tu nombre falta en una lista; es noticia el día que decides acogerte o no a tus derechos como extrabajador; es noticia el día que recuperas tu antiguo empleo o el día que te fichan en una empresa; es noticia el día que tu predecesor te nombra o el día que no te nombran… En fin, que aunque uno quiera irse sin más, no es posible.

Voluntario o involuntario. Tenemos varios modelos de abandono de la política, el voluntario o el involuntario. El voluntario es cuando uno decide que ya ha servido a su país durante el tiempo necesario. Es el caso de José María Aznar, que cumplió dos mandatos y adiós, o Pablo Iglesias, que de forma súbita dejó el Gobierno y no cogió el acta de diputado por Madrid. Los casos involuntarios son mucho más habituales. Uno de los más importantes fue el de Mariano Rajoy, desalojado de la presidencia del Gobierno y de la política en una misma moción de censura. Sin duda, las ministras Arancha González Laya, Isabel Celaá o el ministro Pedro Duque o el ex seleccionador de baloncesto Pepu Hernández se sitúan entre los más recientes.

La vuelta a la vida previa a la política es una especie de nueva normalidad para el político que no acaba de ser normal. Aquellos que son funcionarios de carrera suelen volver de sus excedencias, como Alfredo Pérez Rubalcaba, que volvió de profesor a primero de Química, y aquí noticias hay pocas, a no ser que sea uno Rajoy y vuelvas al Registro de la propiedad. Ahí hubo noticia.

Las llamadas puertas giratorias han constituido el grueso de los retornos de nuestra clase política. Felipe González (15 años después) y Aznar (6 años después) ficharon por grandes compañías de la energía; Eduardo Zaplana o Trinidad Jiménez acabaron en Telefónica, y Ángel Acebes en Caja Madrid.

¿Pero qué se considera una puerta giratoria? La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fichó por el despacho Cuatrecasas. También Albert Rivera se fue a un gran despacho de abogados. ¿Los fichan como técnicos o por la agenda que tienen? ¿Es esto una puerta giratoria o el merecido puesto después de llegar al éxito político? Aquí, cada cual que valore en función de su criterio.

Otros políticos decidieron emprender después de su paso por la política, produciéndose casos como el de José Blanco y Alfonso Alonso, que después de adversarios políticos se han convertido en socios empresariales. Sin olvidar el preciado Consejo de Estado. Muchos de nuestros vicepresidentes, presidentes autonómicos o nacionales pueden acabar ahí, como María Teresa Fernández de la Vega, presidenta del órgano.

Contertulios y articulistas. Pero la última moda de salida es a los medios de comunicación. Amodo de carrusel, varios programas han anunciado los fichajes de Pablo Iglesias, Celia Villalobos, Ángel Garrido, Esperanza Aguirre... Personalidades políticas que han tenido poder ejecutivo real y que ahora se van como analistas a diversos medios de comunicación. Si bien ocurría con tribunas en medios de comunicación escritos, era menos habitual en radio y televisión.

Hasta aquí el resumen de lo que se ve, pero en absoluto tiene que ver con lo que se siente. Hay un fenómeno que en los mentideros le denominamos el ‘síndrome del teléfono que no suena’. Cuando dejas la política, la política no te deja, pero los entornos sí. Si el día que te nombran no das abasto para contestar el aluvión de mensajes de felicitación, el día del adiós los mensajes se dividen y al tercer día el teléfono deja de sonar.

Duelo por fases. Ese paso del todo a la nada es muy difícil de gestionar cuando la salida es voluntaria, pero resulta muy doloroso cuando es involuntaria. Es como un duelo, con sus fases, cambiando la negación por la incredulidad, después la ira, desconsuelo, depresión y aceptación. Hay muchos políticos que no acaban de aceptarlo, lo cual los lleva a intentar volver. Pero no se engañen, porque otros, cuando marcharon ya sabían que era para regresar, véase a Esperanza Aguirre.

Qué será de Alberto Ruiz-Gallardón, Josep Lluís Carod-Rovira o Juan José Ibarretxe, personajes muy conocidos de la política española que un día la dejaron. Sin embargo, si los buscan, los encuentran, porque uno puede abandonar la política, pero artículos como este demuestran que la política y sus entornos, los rescatan una y otra vez para llevarlos a la palestra, y a que los sigamos juzgando cuando ya no cobran un sueldo público. Que todo resulte criticable en la salida de un político nos conduce a que solo los funcionarios o los ricos quieran entrar en política. A mí me ha hecho reflexionar sobre lo difícil que es salir. 

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