Jugar a la contra permanentemente es un disparate. Pero hacerlo en política, como lo hace la impenitente oposición, aquí y acullá, es una aberración tamaña que tiene graves consecuencias para los ciudadanos y ciudadanas de este país porque, como hacen algunas y algunos, rebajar la política —como el “IVA turístico” de la volcánica isla de La Palma—, a taberna de acuartelamiento, sin el más mínimo sentido de estado, conduce al permanente enconamiento de nuestra sociedad.

Que el objetivo, por encima de cualquier otro fin —de una oposición que no madura— sea alcanzar el poder, sin ningún tipo de miramientos ni escrúpulos, sin una sola propuesta pero a base de fakes y tergiversando la realidad, sigue siendo una aberración política.

Y aberración es ya un estado mental, y diría que hasta físico —por algunas poses— en el que está sumido, de manera inmutable, el pimpollo de Pablo Casado que no termina de encontrar el “sitio” ni en su partido —entre la moderación del gallego Núñez Feijoo y el populismo del ayusismo / aznarismo— ni en el espacio electoral del centroderecha al perderse en el mar de las confusiones marcadas por FAES para bailar una nueva “yenka” pero con cambio de letra: “derecha / centro; centro / derecha…, un, dos, tres…”

Y esa permanente indefinición, junto a su incapacidad para marcar a la ultraderecha —para impedir que le metan goles por la escuadra—, tal vez sea uno de sus grandes hándicaps en política. Como la larga cambiada de tercio en la plaza de toros de Valencia, ante el montaje multitudinario de sus conmilitones, que hace preguntarse: Quo vadis, Pablo? No se sabe dónde, pero temiéndonos lo peor. ¿Qué se puede esperar de quien ha elegido, por cuestiones táctico / estratégicas mantenerse fuera del marco constitucional sin ningún respeto a la carga magna como cualquier antisistema a los que tanto critican los populares?

Otro de los grandes problemas de Pablo Casado es que está más cerca de ser un personaje literario del periodista y escritor italiano Carlo Lorenzini —más conocido como Pablo Collodi—, que inmortalizó a Pinocho, que de encarnar al “Sastrecillo valiente” en el que se recrearon con su ingenio e inteligencia los hermanos Grimm, para doblegar a gigantes —un unicornio y un jabalí— y salvar a toda una región.

Dios nos libre, en este país, de un salvador como el que se ofrece Pablo Casado, cuyo ingenio e inteligencia solo están puestos al servicio del insulto y la descalificación sin más grano que aportar que los huesos de aceituna que lanza con la boca —entremezclados con sapos y víboras— su afamado compañero de fatigas en una causa común: echar, por encima de cualquier otra consideración, a Pedro Sánchez cuando, lo lógico, lo cabal, para ocupar postulados de centroderecha sería extender la mano de leal oposición basada en el diálogo y el consenso para solucionar entre todos, arrimando el hombro, los problemas de España.

Pero si de sapos hablamos, hoy —cuando escribo este artículo—, se habrán tragado más de uno con los datos del paro: caída histórica del paro en un mes de septiembre, con 76.113 desempleados menos y la cota más alta de afiliados a la Seguridad Social nunca alcanzada, superando los 19.500.000; cinco meses seguidos de creación de empleo y siete meses seguidos de bajada de paro. Las cosas, a pesar de Casado y de su “Brunete” mediática, están yendo moderadamente bien en la coyuntura post “pandemiazo” que estamos atravesando.

Eso, junto al tremendo fiasco que les ha producido el colosal éxito de las vacunaciones, líderes en el mundo, tras las implacables críticas sin fundamento que se les han vuelto en contra; o la decidida actitud del presidente Pedro Sánchez para solucionar el gravísimo problema que ha producido el volcán de la Palma; junto la llegada de los fondos Next Generation para la recuperación, transformación y resiliencia; o la prórroga del escudo social con las ayudas a empresas y trabajadores, alquileres, brecha energética, etc., no son buenas noticias para el a veces apocalíptico don Pablo consciente, como todos, de que se le acaba el tiempo: dos años para seguir o caer. La línea roja para él está puesta en las elecciones de 2023 en las que, de pegarse otro tortazo como los que nos tiene acostumbrados, desaparecería del mapa político. Por eso, es preocupante saber hacia donde dirige sus pasos porque desesperarse no es bueno para nadie. Ni para él ni para España.

* Diputado autonómico del PSPV-PSOE