En los últimos días hemos sido testigos de la reciente Cumbre Mundial de Líderes en la COP26 de la ONU, centrada en uno de los diecisiete objetivos que conforman la famosa Agenda 2030 de Objetivos de Sostenibilidad de la ONU, el cambio climático, y hemos sido conocedores de los compromisos alcanzados.

En un mundo globalizado económica y financieramente, en el que las economías de los países dependen unas de otras, y ante la amenaza de crisis mundial por la situación del gigante asiático, la palabra “sostenibilidad” se coló hace unos años en nuestro vocabulario, y la COP26 celebrada en Glasgow nos ha hecho recordarla tras la pandemia sufrida. Parece que la sostenibilidad está de moda y los agentes financieros no son ajenos a ello.

Ha sido mucha la “mala prensa” que han recibido en los últimos años los fondos de inversión por su participación en la gestión de activos inmobiliarios, participación en las farmacéuticas más poderosas y su papel de agresivos lobbies en las políticas de Estados Unidos y Europa tras la última crisis de 2008.

Sin embargo, factores como la tendencia de la Generación Z y los Millenials por consumir productos sostenibles con el medio ambiente y/o fabricados con respeto a los derechos de los trabajadores, la participación del sector tecnológico en la transición climática, las nuevas exigencias normativas para que las empresas publiquen informes de sostenibilidad o responsabilidad corporativa y el temor al daño reputacional de los agentes financieros está favoreciendo el auge de los productos sostenibles en las carteras que los fondos de inversión ofrecen a sus clientes.

Surgieron así los llamados Fondos ESG (environmental, social and governance), fondos que parece que no solo se fijan en los resultados económicos que generan las empresas, sino también en cómo los generan, tomando así conciencia de que generar un impacto positivo también puede generar retornos, aunque el plazo de obtención de los mismos se alargue.

El objetivo de estos Fondos ESG es múltiple: energías alternativas, tratamiento de aguas, control de la contaminación, tecnologías que mejoren la información y la eficiencia energética, salud, servicios públicos, movilidad sostenible, agro, automatización de procesos, políticas de recursos humanos …Y si atendemos a la tendencia de inversiones de los últimos años y observamos como han crecido los activos de las estrategias de inversión sostenible, la tendencia no muestra indicios de desaceleración.

Habrá ahora que esperar que esta tendencia de inversión se consolide y que empresas con visión de futuro se aprovechen de su posicionamiento y atractivo, pues puede suponerles, sin duda, nuevas oportunidades para captar un capital que puede contribuir a hacer más sólidos sus modelos de negocio y a financiar nuevas ideas y proyectos de I+D+i de impacto, sin que estén tan atadas al cortoplacismo de los retornos de las inversiones tradicionales.