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alberto soldado

Va de bo

Alberto Soldado

Sobre la verdad y las lenguas

Cuenta Thony de Mello la historia de aquel que entró en la «Tienda de la Verdad» y atendido por una correctísima dependienta tuvo que elegir entre la verdad parcial o la verdad absoluta. Siendo que tenía tantas ganas de adquirir un producto tan difícil de encontrar optó por la verdad absoluta a pesar de que el dependiente encargado de la sección le advirtió de que el precio era muy elevado. «Si usted se la lleva, - le dijo- el precio consiste en no tener ya descanso durante el resto de su vida». El cliente se lo pensó mejor y salió entristecido, pues prefería la paz que le daban sus creencias incontestables.

Semejante lección del maestro jesuita, tan influenciado por la espiritualidad oriental, debería ser de obligada lectura para todos los políticos que profesan sus verdades incontestables.

Veamos. ¿Es natural que los niños y niñas de cualquier región bilingüe tengan derecho a usar su lengua regional? ¿No será natural que la lengua aprendida en los pechos y brazos de su madre sea la lengua de aprendizaje? Pues ya ven, desde que el liberalismo impuso su Ley Moyano, a mediados del XIX, en contra de las proclamas carlistas, las lenguas periféricas doblaron sus rodillas en la escuela ante el mal llamado castellano, extendido anteriormente por su posición geográfica central, al igual que ocurrió con el franco sobre el provenzal, o el toscano sobre los otros dialectos italianos o el inglés en las islas británicas.

Vázquez de Mella, el ideólogo del carlismo, proclamaba a principios del pasado siglo: «Para todos los actos, no digo literarios, porque eso nadie lo niega, sino judiciales, para todo, puede usarse la lengua regional. Y no comprendo aquellos extraños temores, que sienten algunos, acerca de la merma que puedan producir en la lengua común las lenguas regionales. Más hay que temer por éstas que por aquella».

O sea, los «carcas» del XIX y principios del XX eran los mayores defensores del derecho natural a usar la lengua materna. Ahora se cataloga como carcas a los otrora liberales. Ejemplo de la dificultad de encontrar lo cierto.

El respetar la naturaleza de las cosas está cerca de aquella verdad absoluta que pedía el cliente en la tienda. Ocurre que esa verdad produce inquietud y desasosiego cuando se mira al espejo y se pregunta si el niño abrazado por su madre de habla castellana no tiene el mismo derecho. Como la pregunta produce ansiedades se recurre a la predicación de la creencia incontestable, al dogma. Es decir, a la tiranía. Tan tiránico resultó para millones de niños y niñas de las periferias aprender que la «taula» que él veía en el dibujo de la cartilla de lectura era una «mesa», como que el dibujo que el niño castellano hablante ha de denominar «taula» cuando él ve una mesa. Y más tiránico e inquietante es señalar y convertir en una diana de feria a quien pide una migaja de su derecho natural.

No, no existe la tienda donde vendan la verdad absoluta. La verdad ni la puede administrar una institución religiosa ni ese Estado que se erige en administrador de vidas ajenas. En realidad, cuando alguien busca la verdad suele ir solo, por senda estrecha para llevar compañía. Es más cómodo ir cual rebaño por el camino de la verdad parcial. Su precio es de baratija.

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