Escribo este artículo con todas las cautelas posibles en esta mañana de Reyes luminosa, euforizante. Sé que lo que digo no tiene más valor que el sociológico de reflejar las percepciones de un europeo medio, y que mis pensamientos no tienen gran valor intelectual. Pero la impresión media del ciudadano es un dato a tener en cuenta. Por eso lo escribo. Por eso, y porque veo al representante de la Unión Europea para la política exterior, el señor Borrell, más activo de lo habitual, lo que en política exterior es síntoma de debilidad.

En cierto modo es lógica esa hiperactividad. La Unión, una realidad frágil, es un buen sismógrafo de los movimientos de las placas tectónicas de la Tierra. Esto, en una situación en la que la tierra como elemento se ha vuelto importante, no es poco. Al menos garantiza cierto nivel de autoconciencia de la situación. Pues en efecto, ha quedado atrás la época en la que el lugar geoestratégico de cada país estuvo en flotación respecto del lugar que ocupara en los intercambios comerciales globales. Eso sucedió mientras ese mercado mundial no intranquilizaba a la potencia que mantenía unido el liderazgo comercial y el geoestratégico. Cuando sonaron las primeras señales de alarma, y cuando la dimensión económica se cruzó con la militar (lo que sucedió con el salto chino al control de las redes mundiales de comunicación), los posicionamientos sobre el tablero mundial, sobre la Tierra y la órbita terrestre baja, se han tornado relevantes. Ya no hay flotación geoestratégica. Ahora se siente la necesidad de controlar el espacio.

Sin embargo, la época de la globalización comercial no ha pasado del todo ni en vano. Todos los que se aprestan a mejorar sus posiciones estratégicas en el mapamundi saben que tienen que hacerlo desde una base de estabilidad económica y que no pueden imponer una lógica geoestratégica incondicional. De ahí que el proteccionismo haya amagado con tomar medidas, y es posible que las tome en el futuro; pero no puede imponerse de forma desinhibida. De la misma manera, la lógica geoestratégica se va definiendo con pasos nítidos, pero tampoco elimina las relaciones económicas. No obstante, los conflictos entre las dos lógicas ya se hacen evidentes. El gaseoducto ruso-alemán Nord Stream 2 es la demostración palpable, pues se teme que la lógica económica imponga severos condicionantes a la estratégica, a favor de las aspiraciones rusas.

Por eso cunde la impresión de que no se resolverá el asunto del gaseoducto hasta que no quede clara la cuestión de Ucrania. Y por eso Borrell anda tan activo últimamente. Que Europa necesita un gas barato resulta evidente. Que esa baza rusa de presión se neutralice con una Ucrania europea podría ser una buena contraprestación. Pero ambas cosas a la vez darían a Europa una fortaleza que inquieta al mismo tiempo a Estados Unidos y a Rusia. Por eso, las dos grandes potencias prefieren hablar por su cuenta, lo que es poco prometedor. Pues resulta evidente que Ucrania solo puede ser viable económicamente vinculada a Europa. De otro modo, tendrá que someterse a las mafias económicas rusas. Pero también resulta claro que la aspiración de USA es incorporarla a la OTAN, lo que es el peor escenario para Rusia. En suma, se trata de un escenario muy extraño en el que las posiciones más incompatibles insisten en ser los únicos interlocutores. Eso produce la impresión de que ninguna de las dos grandes potencias quiere lo mejor para Ucrania.

Por eso cabe esperar que el conflicto ucraniano siga empantanado. Sin embargo, una solución europea que hiciera de Ucrania a la vez un socio económico importante protegido por una fuerza militar específicamente europea, sin integración estratégica en la OTAN, podría ser una buena solución. Rusia no se vería amenazada y podría beneficiarse de un mediador económico adicional con Europa. El inconveniente es que Estados Unidos mantendría una influencia geoestratégica sólo a través de Europa y que Rusia tendría una frontera más porosa con Occidente. Y ese justamente parece el problema. Estados Unidos no quiere verse mediatizado por Europa ni Rusia quiere fronteras porosas, que inclinan a territorios de su viejo imperio a volcarse hacia Europa. Se ha visto en Bielorrusia y ahora en Kazajistán.

El asunto es el siguiente. El viejo mundo en el que las sociedades atlánticas iban unidas ya no parece funcionar. Eso se ve muy claro cuando uno lee el libro de Anne Applebaum sobre El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo. Todo lo que se extrae de este ejercicio de melancolía es que se echan de menos los viejos tiempos del atlantismo cosmopolita, esos flujos de ideas y de capitales que venían de América y arrastraban a los países eslavos a una integración política, cultural y económica unitaria con Occidente. Pero la clave es que ese mundo unitario se ha fracturado desde el propio centro, desde el amigo americano. No ha sido por Radio María.

La inseguridad de Estados Unidos, la fractura de sus consensos internos, la contradicción de su sistema productivo y la apuesta de sus elites reaccionarias por una política imperial desinhibida, ha permitido la emergencia de la Alt Rigth. Lo demás son delegaciones provinciales. Esa fractura ha dejado al mundo atlántico sin posición hegemónica. Y así, en esta transición mundial compleja, con aspectos superpuestos y solapados, carecemos de una ratio unitaria capaz de unificar los procesos en una dirección. Ese terreno de juego concede más oportunidades a una potencia declinante, que juega contra reloj, como Rusia, y al único actor mundial real alternativo, China, que espera obtener sus beneficios.

Europa, como una pequeña barca en aguas bravas, sólo tiene una opción en sus manos: ganar tiempo para su política de pequeños pasos y fortalecer su unión para una política democrática económicamente viable, constructiva y defensiva, leal con los valores occidentales, pero sin aspiraciones imperiales. Solo podemos jugar con la hipótesis de que un conflicto abierto es inviable. Si es así, podemos ejercer tareas de mediación económica y social, y de integración cultural, sin producir amenazas desde el punto de vista militar. Es un camino muy estrecho, pero no veo otro.