Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfons García03

A vuelapluma

Alfons Garcia

La mirada insoportable

La mirada insoportable

Dice Luis Landero que se ha creado en él, con los años, una especie de dureza y, a la vez, una tremenda dulzura hacia los demás. Creo que entiendo lo que dice. Entiendo las ganas hoy de la gente de olvidar y vivir, de volver a sentir. Lo pienso al ver el primer acto de Fallas y advertir la cara de gozo de chicas y chicos manteados por la multitud, ajenos al mundo, complacidos en el instante de felicidad de la fiesta. Intento entender, pero no me identifico con esa misma multitud, que brama sin mirar atrás, que no se acuerda de la guerra ni de la paz en los discursos oficiales ni en la marabunta callejera, como si no hubiera pasado nada, como si no pasara nada.

Escribe Alona: están bien, ella y su hermana se han ido con novio y marido de una y otra a una casa en las montañas. Creen que el objetivo de Rusia son las ciudades. Su padre y su madre han quedado en la suya, Irpen, en el extrarradio de Kiev. Su padre ha cogido las armas que le han dado para ayudar a los militares. Hay miedo. «Las noches las pasamos en la cama, pero sin dormir».

Los analistas discuten en radio y redes sobre la invasión de Ucrania. Dice uno que solo da por buenas las informaciones desde Moscú del Partido Comunista de Rusia. Tal cual. Esta guerra es muy del siglo XXI, nos pone ante muchas contradicciones y desnuda conceptos románticos del pasado. Putin resulta ser un nostálgico de la estirpe soviética que anhela recuperar el poder, el temor y las fronteras de la vieja URSS. Y es el mismo Putin que durante su mandato ha estado muy cerca de la extrema derecha occidental, con los Orban, los Salvini y los Le Pen de turno, los mismos a los que Santiago Abascal ha congregado y con los que se ha congraciado. Pero ahora va y dice Abascal que «los aliados de Putin se encuentran dentro del gobierno de Pedro Sánchez». La verdad y sus relatos... Como los que en el otro frente insisten en los nidos de neonazis en el régimen ucraniano y en cuestionar (¿ahora?) a la OTAN. Ucrania no es un prototipo de democracia ejemplar, pero ha dado síntomas de dignidad en el peor momento. Y lo que debería importar ahora, en todo caso, es la guerra y, sobre todo, la paz.

Escribe Irina: ha decidido intentar venir a València con sus hijos. El problema es que está en un lugar muy alejado, cerca de Chernóbil, sin estaciones cerca, y tendría que rodear toda la región de Kiev y dar una vuelta después a la inversa para buscar la frontera con Polonia. Un viaje largo y demasiado peligroso en coche. La detiene el miedo. Envía un vídeo. Las nubes en el cielo azul no son de agua, son lo que queda de las bombas. En una fotografía enseña a sus hijos durmiendo en la bodega: donde guardaban las verduras, ahora es su refugio. Llevan gorros de lana, bufandas y abrigos y están cubiertos por varias mantas. Uno de ellos mira a la cámara. Casi es mejor no saber qué piensa.

Me llega otro vídeo. Al parecer ha circulado por grupos militares. Es la guerra. Con toda la crudeza que la hace insoportable. Cuerpos muertos en una carretera. Cuerpos aún ardiendo mientras los soldados del otro bando examinan qué llevan y cogen lo que pueden. Cuerpos jóvenes extinguidos entre el horror. La verdad de la guerra. Sin relatos. La que cuesta ver. Quizá la única. Dice Landero que se ha resignado a él. Quizá nos hemos resignado demasiado a nosotros mismos, solo para seguir tirando ante lo insoportable.

Compartir el artículo

stats