En la cabecera de nuestro periódico digital “La Hora de Mañana” aparece el lema: “A la búsqueda de esa hora futura en la que la libertad sea protagonismo de los ciudadanos”.

           Este pensamiento tiene sus raíces y origen, hondas y lejano, en mi deslumbramiento por esa concepción  inicial de la de universalizar como virtud cívica de la participación ciudadana, desde la ciudad de Atenas, hace más de 2.500 años, desde mucho antes incluso se ha pensado que la ciudad era el ámbito de civilización frente a la barbarie y luego también de la política y de la democracia.

           Tras las locuras de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, que son también guerras civiles europeas, el Proyecto de la Comunidad Europea, pareciera ser un antídoto salvador frente a los nacionalismos y fanatismos de distintos índoles- muy evidente en el caso de Alemania y, a la vez, el crisol que integra la herencia más antigua del espíritu democrático griego, y la más reciente de los derechos y libertades del constitucionalismo moderno.

           En esa construcción europea hay dos principios vertebrales: los de solidaridad y subsidiariedad. Se trata de reducir las desigualdades, ayudar a crecer para que las brechas y diferencias entre sus miembros se reduzcan, y, a la vez que esa política solidaria se realice desde abajo, desde los territorios y comunidades más pequeños, en el ámbito de los municipios y las regiones.

           Estos principios se mantienen vivos, pese a que nos encontramos ante Tratados intergubernamentales, y también existen distintos intereses estatales, complicaciones de esa nueva burocracia europea, que no siempre facilita los acuerdos, así como la creciente globalización que interfiere tales políticas y principios solidarios como se puso en evidencia con la nueva economía financiera y las estrategias de las grandes multinacionales.

           En la crecida de competencias del Parlamento Europeo y de la participación ciudadana, para unos se avanza demasiado lento, y para otros, demasiado rápido.

           Europa- la Comunidad y luego, la Unión Europea- es, sin embargo- como he escrito en otro lugar- “un espacio de respiración libre”, lo que se pone más en evidencia si se recorren otros países y territorios del planeta Tierra.

           En el período 2009-2012, se agudiza esa sensación de parálisis y crisis europea ante el rechazo al proyecto de Tratado de la Constitución para Europa, por dos referéndum negativos de ratificación, los celebrados en Francia y Países Bajos, en mayo y junio de 2005. Aunque era también un Acuerdo Intergubernamental, la nueva sistematización y ampliación de los derechos y el carácter mítico del concepto de una Constitución para el conjunto de los europeos, hizo más doloroso y decepcionante el fracaso. Le siguió un período de parálisis, para más tarde aprobarse un acuerdo de mínimos , el Tratado de Lisboa, que se firmó el 13 de diciembre de 2007, que incorpora cambios sustantivos, pero que es contemplado como el resultado de un fracaso: el de la Constitución Europea.

           Un ejemplo significativo de este estado de ánimo es el debate de los primeros ministros franceses, de signo ideológico contrapuesto, el socialdemócrata Michael Rocard y el gaullista Allain Juppé, que afirmaban que la Europa política estaba muerta, o a duras penas, con alguna esperanza, y que la lentitud y pesadez de los mecanismos europeos no estaban a la altura de las urgencias internacionales [1].

           En esta encrucijada, convocamos unas Jornadas sobre Europa, en noviembre de 2009, a celebrarse en la UPV, motivadas por el recién elegido Parlamento Europeo, la polémica sobre el Tratado de Lisboa, y la próxima Presidencia española de la UE. , en el primer semestre de 2010.

                      El año 2012 publiqué un libro, “Un nuevo rapto de Europa. Las encrucijadas del Tratado de Lisboa”, que tiene su origen en esas Jornadas, aunque los participantes en ellas, se limitaban a tres, y al que se incorporaron una mayoría de nuevos colaboradores.

           

           Otro autor que colabora en el libro, el Prof. Dr. Antonio Bar, considera el Tratado de Lisboa como una reforma truncada de la UE. , preguntándose si ciertas reformas importantes en la estructura de la Unión y en sus instituciones pueden ser instrumentos para una voluntad política, pero ¿al servicio de quién?

           En un sentido semejante Felipe González, afirmaba en una entrevista que “la toma de decisiones en la UE es diabólicamente ineficaz” y en cuanto a la política exterior decía que era una coordinación sin más y no la dirección de un servicio exterior potente [2].

           El otro reproche fundamental es el de una falta de verdadera política financiera como el freno a las prácticas especulativas descabelladas en las bolsas.

            Alguna reacción saludable a esa nefasta economía financiera se produjo cuando unos 3.000 economistas, académicos y profesores respaldaron un manifiesto de los economistas espantados, que nace en Francia, alertando sobre el destino europeo si se persiste en el sendero del ajuste sólo para proteger el mundo de las finanzas. En septiembre de 2011 este grupo, dirigido por Philippe Askénazy y Thomas Coutrot, entre otros, elaboró el manifiesto titulado “crisis y deuda europea: 10 afirmaciones falsas”.

           Denuncian en el mismo la creencia dogmática de que los nuevos mercados financieros son el buen mecanismo de asignación del capital, en vez de considerar que la crisis, es en buena medida, el efecto de la deshonestidad e irresponsabilidad de algunos actores financieros mal vigilados por los poderes públicos.

           Probablemente por ello, el artículo de Presentación de este libro, en el marco de las consideraciones anteriores, lo cierro con unos párrafos que me parecen significativos: “Al final, la historia se hace a escala del hombre”, y si hemos empezado recordando a algunos mitos de la antigua Grecia, tal vez sea adecuado referirnos ahora, para terminar, a una historia ateniense de hace 2.500 años del que se ha dicho que nos da, al descubrir hechos históricos de entonces, lecciones para el presente. Se trata de Tucídides que en su Historia de la Guerra del Peloponeso incluía una frase que siempre me impresionó: “…la clave de la libertad es el coraje”.

           “Si realmente queremos emprender el pueblo europeo y sus dirigentes políticos europeos esa tarea formidable de regresar a Europa, de reiniciar Europa, de construir su voz propia y autónoma, no solo al servicio de sus intereses sino también de sus principios más profundos sobre el valor de la democracia, la dignidad de la persona, las garantías de sus derechos y libertades, tendremos que asumir un gran desafío.

           “Tendremos que tener el coraje de desafiar a esos especuladores perversos, sus cómplices y encubridores, a esos raptores sombríos que sobrevuelan el horizonte europeo, dispuestos a enriquecerse sobre nuestra ruina. Y habrá que derrotarles””.

           Un poco antes de este desafío final, también había descrito un testimonio y ejemplo de reacción contra tales abusos. Se trata del caso de Islandia, esa isla del Atlántico Norte, casi desconocida, que a partir del 2008 vive una enorme crisis por el comportamiento fraudulento de sus bancos más importantes y que provocó que su riqueza se desplomara, que la bolsa se suspendiera y que el país quedara prácticamente en bancarrota. Se pretendió que el pueblo islandés asumiera el coste desmesurado de aquel increíble endeudamiento de una banca nefasta, que suponía una deuda por familia por encima del 110% del valor de sus viviendas. La reacción popular provocó elecciones anticipadas y la dimisión del gobierno. Se celebró un referéndum que rechazó que esa deuda de los bancos la tuvieran que pagar las familias. Se nacionalizaron algunos de sus bancos y sus dirigentes fueron procesados.

           En febrero de 2011 una Asamblea popular redactó una nueva Constitución.

           El pueblo islandés ha hecho una revolución pacífica. Su economía cambió de la contracción de 2009 al crecimiento en 2011. ¿No será esta una alternativa para la Unión Europea si quiere tener un protagonismo de futuro? Ciertamente se dirá que la complejidad y el tamaño entre aquella isla y el continente europeo son  muy diferentes, pero el espíritu y la voluntad política de una ciudadanía consciente, responsable y con coraje, puede compartirse. Por ello, aquel artículo de presentación de nuestro libro, lo titulé: “una encrucijada para Europa, el Tratado de Lisboa y la alternativa islandesa”.

           Transcurrida una década desde aquella publicación podemos preguntarnos en qué situación nos encontramos.

           En el plano institucional hay 2 claves que inciden en un cambio significativo: a mediados de esta década, cuando se anuncian síntomas de una grave crisis económica, los buitres especulativos de siempre inician maniobras para acechar al euro, la moneda europea y el Banco Central Europeo, presidida por Mario Draghi, declara la voluntad de defenderlo hasta donde sea necesario, a la vez que el BCE implementa una política de compra sistemática de deuda soberana de los Estados miembros para asegurar la estabilidad económica, y ello ahuyenta esas amenazas especulativas y refuerza la imagen de fuerza de la UE. Más recientemente aún, ante la pandemia del Coronavirus, la UE implementa una política de compra conjunta de vacunas y las distribuye entre los Estados miembros y, especialmente, asume un multimillonario crédito para distribuir unos fondos para la recuperación económica y social por la crisis provocada por la epidemia, tanto a fondo perdido, como en créditos sin intereses. Esta deuda de la que la Unión se hace responsable, fortalece la unidad y vertebración europea.

           Al mismo tiempo, la salida del Reino Unido, mediante el Brexit, del seno de la UE. En el debate citado entre Alain Juppé y Michael Rocard, también afirmaban que los británicos sólo se habían vinculado al proyecto europeo para torpedearlo desde el interior, fortaleciendo la unidad de los restantes miembros, enfrentados sin fisuras en la negociación de esa salida.

           En la disyuntiva entre política y compromiso ciudadano, sociedad civil y ciudadanía europea de un lado, y de otro, la idolatría de los mercados y el fundamentalismo de mercado, la batalla se plantea incierta.

           A favor de la primera alternativa se ha manifestado Carmen Ventura en una reciente tesis doctoral titulada: “La participación ciudadana en el ámbito de las instituciones de la Unión Europea” (Univ. de València, 2021).           

           Debe conseguirse una mayor transparencia y participación enfocadas en la búsqueda de una mejor calidad normativa.

           Se debe conjugar la voluntad política de los dirigentes de las instituciones y la responsabilidad cívica de los ciudadanos a la hora de participar.

           Un instrumento fundamental para todo ello es el aumento de la articulación electrónica que permite en un territorio tan extenso y una población tan numerosa, acercar y facilitar esa participación. Ahora bien, sería necesario un esfuerzo de educar a los ciudadanos para esa participación y una ética de la participación ciudadana como un sentido del deber ciudadano y los valores que ello representa.

           No debemos olvidar el valor de las relaciones personales y directas en la construcción de una conciencia europea compartida. Se ha dicho que el Programa Erasmus de intercambio y entrecruzamientos de estancias de estudiantes, profesores y administrativos de centros educativos de los países de la UE, probablemente ha hecho un favor al crecimiento de esa conciencia europea del conocimiento mutuo y, de una identidad plural y compartida, más que 1000 sesiones del PE.

           No deja de ser simbólico que ese Programa lleve el nombre del célebre humanista del siglo XVI, Erasmo de Rotterdam, que escribió un libro muy difundido en su época “Elogio de la locura”, que resulta una burla satírica de los peores defectos de la sociedad – para superarlos- , en la que la locura hace elogio de la ceguera y la demencia y de sus compañeros, la intemperancia, la pereza, la adulación, el narcisismo y la irreflexión.

           También es la exaltación de la adoxografía, o, elogio de las cosas sin valor, que pudiera ser una verdadera profecía de aquella conyuntura europea de hace un tiempo, que quisiéramos ver alejada para siempre.

           Lo decisivo debe ser que la ciudadanía europea recobre el sentido moral de la responsabilidad para defender estos valores de la dignidad humana, la libertad y sus derechos y deberes. La conciencia de asumir algunos sacrificios por esta causa.

Una ocasión en la hora presente se presenta ante el brutal rapto de ese pedazo de Europa que es Ucrania por la oligarquía política rusa, y su despiadado comportamiento. Si miramos hacia otro lado si nos fueran ajenos tales comportamientos, mereceríamos sufrir la misma suerte por las fauces insaciables de estos mismos raptores invasores.

[1] Juppé, A. y Rocard, M., (2011), La politique telle qu´elle meurt de ne pas être, Ed. J´ai lu. París.

[2] Diario el País: “Qué hacer con Europa”, publicado el 22 de noviembre de 2009.