Este fin de semana se ha inaugurado en Valencia con gran despliegue mediático el Aula del Futuro. Nos la han presentado como una gran innovación y ha venido acompañada de la presencia de la Ministra, el Conseller d’Educació, el Vicesecretario Autonómico y el Director de Negocio Corporativo de Samsung, entre otros.

El proyecto se presenta como una apuesta que «desarrolla el concepto de organización del espacio atendiendo al desarrollo de habilidades en los alumnos, más allá de la adquisición de contenidos». Metodologías activas, espacios y tecnología.

¿Quién hay detrás de las aulas de futuro? Pues una serie de empresas que, en principio, nada tienen que ver con la educación, aunque han ido desarrollando departamentos «educativos» en aras de ampliar su modelo de negocio. Como decía muy sibilinamente Jacques Delors, «la educación encierra un tesoro». Y tanto. El cálculo del mercado educativo hecho por Merrill Lynch-Bank of America en 2014 era de 4,3 billones de dólares. Las empresas que patrocinan el Aula del Futuro son: Samsung, SMART Technologies Federico Giner, Robotix, IT3D group, Fundación Vodafone España, Lego Education o Makeblock Education. Tengan la seguridad de que han invertido un buen dinerito. Y tengan la seguridad también de que esperan una alta tasa de retorno de esa inversión. De hecho, en el convenio firmado con una de estas empresas el Ministerio de Educación se compromete a reconocer el apoyo de la empresa a través de material promocional, reconocer su papel como impulsor del proyecto y lo más importante: «la empresa tendrá la oportunidad de proponer al MECD eventos de formación dirigidos a docentes y miembros de la comunidad educativa en España»,es decir, la privatización de la formación docente está servida. Formación, software (con el consiguiente abandono del software libre) y otros complementos que se irán implementando a medida que el negocio se vaya quedando pequeño.

Dicho esto, que las empresas quieran hacer negocio es lícito, lo que no es tan normal es que un gobierno de izquierdas permita la entrada al negocio por la puerta de atrás. La privatización educativa no supone transferir la propiedad de las escuelas públicas a manos privadas, sino la mayor participación de agentes privados en la provisión y el financiamiento de servicios educativos.

¿Qué se pretende con estas aulas? Además del suculento negocio apuntado más arriba, las aulas son laboratorios para promover cambios metodológicos y organizativos. De hecho, los primeros cursos de este espacio se centrarán en el trabajo por ámbitos, una organización curricular ampliamente contestada por el profesorado de la Comunidad Valenciana. Pero es que la educación en nuestro país se ha convertido en el gran laboratorio europeo, con el beneplácito de nuestros políticos, que han visto llegar dinero a raudales y la posibilidad de hacerse la foto en un bucle propagandístico sin límite. Y no solo es nuestro país. Según el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed), toda la región del Mediterráneo, reúne las condiciones óptimas para realizar este tipo de experimentos: población muy joven (en el norte de África y los países del Mediterráneo oriental), alta tasa de desempleo juvenil, nuevos modelos de educación y refugiados recién llegados.

Según la propaganda oficial, los beneficios del Aula del Futuro sobre alumnado y profesorado han sido evaluados ampliamente. En la práctica, esta evaluación es solo cualitativa y no refleja el impacto en los resultados de aprendizaje del alumnado. Según el informe de evaluación del propio proyecto iTec (Innovative Technologies for an Engaging Classroom), promotor de los escenarios del aula del futuro: «Dada la diversa naturaleza de los estudios piloto, el proyecto no pretendía aportar datos cuantitativos en cuanto a su impacto en el rendimiento de los estudiantes».

¿Es lo que necesita el profesorado? Rotundamente, no. El profesorado viene reclamando desde hace mucho tiempo que les arreglen las goteras, que les saquen de los barracones, bajada de ratios, reducción de la burocracia y, sobre todo, que le dejen trabajar en paz, sin injerencias, sin que nadie le diga qué metodologías debe usar en su práctica docente.