Desgraciadamente no hay nada como un conflicto bélico internacional para demostrar la hipocresía racista de algunos gobiernos, la mayoría, desgraciadamente. Son palabras muy gruesas, lo sé, pero la indignación es mayúscula si se tiene en cuenta las medidas tomadas por la Unión Europea a propósito de la invasión que Rusia ha efectuado en Ucrania y que ha provocado una apertura de las fronteras para todos aquellos que quieran huir de un país que en unos días puede ser un erial. Evidentemente no seré yo quien critique estas medidas y considero que, por primera vez en muchos décadas, la Unión Europea se ha comportado de forma digna con los refugiados que huyen de un conflicto bélico.

Sin embargo, la comparación es odiosa, dado que el comportamiento de los países europeos no ha sido ni mucho menos similar con otros conflictos bélicos, con otras crisis humanitarias o con otros ciudadanos que huían de la pobreza desde otros enclaves del mundo donde la evolución humana no les ha proporcionado una pigmentación de piel tan clara como a los ucranianos. No hay que irse muy lejos ni muchos días atrás para comprobar el comportamiento que las personas migrantes han padecido en la frontera de Marruecos con España, como tampoco el tratamiento que los medios de comunicación han ofrecido a otros pueblos que han mostrado resistencia contra los invasores o contra aquellos que les atacan desde un posicionamiento militar absolutamente superior. Mientras, varios periódicos españoles denunciaron hace unos días que agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil propinaron una brutal paliza a un joven migrante cuando se descolgaba de la valla de Melilla, ya en el lado español.  Tras dichos acontecimientos, Amnistía Internacional denunció que España lleva años violando el derecho internacional en su frontera y exigió una investigación para conocer si habían tenido lugar nuevas devoluciones en caliente, es decir, el paso de migrantes o refugiados de nuevo a Marruecos sin analizar primero sus necesidades, circunstancias o incluso edad.

Cierto es que a la Unión Europea y a sus países, y por tanto a sus gobernantes, les ha caracterizado la contundencia y la solidaridad con el pueblo ucraniano durante esta crisis pero desgraciadamente ha llegado unida a la más profunda de las hipocresías. El doble rasero es ofensivo. Quizá se han visto legitimados a actuar así y ahora por los mensajes lanzados por unos medios de comunicación que se han expresado a través de algunos corresponsales con comentarios constantemente racistas que hablaban de que estos refugiados de ahora tienen los ojos azules y por tanto son más parecidos, y quizá por ello están más legitimados, a nosotros. “No es Irak o Afganistán, es un pueblo civilizado”, llegó a pronunciar un periodista norteamericano. En la aplicación del derecho internacional, desgraciadamente, se aplica la distinción del nosotros y el ellos. El fascismo español, desvergonzado como siempre, ha lanzado tuits en los que afirmaba que en Ucrania “los refugiados son de verdad. Son refugiados cristianos y blancos. Y no hay mafia para hacer negocio” (Hermann Tertsch dixit), mientras la UE excluía de la 'protección automática' a los desplazados no ucranianos que huyen de la invasión rusa por las presiones del llamado grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y Chequia). Polonia se ha caracterizado por las políticas xenófobas en los últimos años. Muchos son los titulares, aunque ahora parece venderse como un país acogedor y algunos medios de comunicación hablan de sus bondades. Información sesgada e interesada. Sensacionalismo barato. Sociedades políticamente democráticas pero socialmente fascistas, dirá Boaventura De Sousa Santos. Por su parte, la ONU ha denunciado discriminación a muchas personas que quieren abandonar Ucrania, mientras la Unión Africana, ACNUR y países como Nigeria y Senegal han pedido que todas las personas que huyen de la guerra y quieren cruzar la frontera tengan los mismos derechos.

               La clausula ucraniana de la UE ha demostrado que la acogida de refugiados siempre fue una cuestión de voluntad política. De querer o no querer. Nada de imposibilidades logísticas o problemas económicos.