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Rubén Alfaro

El futuro de Europa está en juego

La UE afronta el próximo domingo en Francia un 'set ball' que en caso de triunfo de la extrema derecha puede llevarnos a corto plazo a un dramático 'match point'

Una mujer votando en Francia

El próximo domingo se celebra la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia y los franceses están llamados a decidir quién presidirá una de las naciones-pilar sobre la que se sustenta la estructura política, económica y social que hoy conocemos como Unión Europea y que nos ha traído el mayor periodo de prosperidad de la historia de los europeos y las europeas.

Las elecciones presidenciales francesas y su resultado siempre han trascendido a sus propias fronteras y los efectos de la decisión del electorado galo, que debe decantarse entre Emmanuel Macron o Marine Le Pen, irradiarán, inevitablemente, sobre todo el mapa europeo. La idea es tan sencilla como aterradora: Europa se juega su futuro en cuestión de días. Como en la tragedia shakesperiana, 'ser o no ser'.

Y los ciudadanos y ciudadanas europeos llegamos a esta encrucijada precisamente en un momento crítico: intentando superar una pandemia que ha tenido un enorme coste humano, económico y social; inmersos en una guerra injustificada que ha derivado en una tragedia humana y un drama económico que nos mantiene con el corazón en un puño; y con un cambio de liderazgo en Alemania, donde Olaf Scholz aún está lejos de alcanzar la influencia de Angela Merkel, timonel de la UE durante los últimos 16 años.

La pandemia y la invasión de Ucrania por parte de Putin han sido dos factores externos ante los que la UE ha respondido con una unidad ejemplar, unidad que se ha traducido en un fortalecimiento político de la Unión.

Sin embargo, las principales amenazas para el marco de convivencia europeo que hemos construido entre todos no son externas, son internas. La UE puede implosionar en un momento importante, cuando los europeos hemos demostrado, más que nunca, unidad, solidaridad, cooperación y democracia. Sería muy injusto y dramático.

Un triunfo de la ultraderecha, personalizada en Le Pen, supondría una grave amenaza para los pilares de la UE, un movimiento sísmico de consecuencias desastrosas. Se puede entender una Unión Europea sin el Reino Unido, pero es impensable sin Francia y más mirado con ojos ibéricos.

Es probable que las elecciones en Francia no sean más que un 'set point', una bola de set a la que llegarán otras si los demócratas europeos no somos capaces de poner un cortafuegos a la amenaza que suponen partidos racistas, nacionalistas, machistas, populistas y supremacistas como Vox o la Asamblea Nacional Francesa, pero el momento obliga a instar a la racionalidad y a la emocionalidad de sentirnos europeos. Sí, yo me siento europeo, y europeos somos muchos más que no-europeos.

La expansión de las posiciones ultras se ha producido a rebufo de crisis económicas, sociales y políticas en las que, curiosamente, la UE ha jugado y juega un papel clave y protector para superarlas. Sin el sistema de ayudas europeas, sin esos marcos de reparto y equilibrio de fondos, los países en los que la ultraderecha empieza a captar miles de votos no habríamos sido capaces de avanzar y salir adelante con la velocidad con lo que hemos hecho.

Probablemente, y haciendo autocrítica, este haya sido uno de los grandes errores, tal vez el más grande, de los gobiernos y administraciones publicas europeas: no hemos sido capaces de trasmitir a las ciudadanas y ciudadanos que los fondos, las medidas de protección y las decisiones con las que hemos podido sortear crisis tras crisis eran tomadas por un Gobierno europeo que es un gobierno de todas y todos.

Los populistas han jugado con la desinformación y a favor de los que no quieren que Europa crezca unida y buscan convencer con ‘fakes’ a una parte de los ciudadanos, haciéndoles creer que la UE es un enjambre en el que solo anidan las élites empeñadas en recortar las señas de identidad y que lo importante no son los derechos, la libertad, la igualdad y la democracia, sino una presunta voluntad popular en la que anidan la xenofobia, el machismo, la intolerancia y, en último extremo, el totalitarismo.

La UE no es el problema, como quiere hacer creer la ultraderecha, la UE es la única solución para seguir avanzando en la construcción de una Europa democrática, igualitaria, sostenible, moderna y próspera. Pero para conseguirlo, el próximo domingo Francia debe ganar la primera bola de set si no queremos vernos abocados en un futuro cercano a una dramática e incierta bola de partido.

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