¿Pueden hablar el Papa Francisco, los cristianos y la Iglesia universal de Resurrección y de Pascua sin que se caiga el alma sobre los pies? ¿También este año? Desde aquella madrugada fatídica del 24 de febrero en que Rusia invadía Ucrania, el mundo ha contenido el aliento como si de un hecho único se tratara olvidando que en ese momento se daban, y se dan, veintiséis conflictos silenciados: Siria, Colombia, Etiopía, Yemen, Afganistán, República Centroafricana, Israel y Palestina, Myanmar, Mozambique y otros derivados por la acción del Estado Islámico. De la noche a la mañana despertamos de nuestro letargo bien pensante convirtiéndose en espectadores privilegiados de una masacre retransmitida en directo. Ciudades que desconocíamos como Jarkov, Odesa, Dnipro, Donetsk, Zaporiyia, Lvov, Mykolaiv o Mariupol han entrado a formar parte de nuestras conversaciones como si hubiésemos vivido ahí. Y de pronto, ante todo este panorama, llega la Pascua, la fiesta de la Resurrección en medio de Bucha, Borodianka o la estación de Kramatorsk. ¿Es posible hablar hoy de la redención del hombre, de la persona, de volver a nacer y vencer la muerte en tiempos donde la muerte misma es un negocio a través del mercado de las armas y la tecnología militar?

Como si el Papa hubiese intuido estas objeciones, que un hombre de su talla humana, moral y teológica se habrá hecho a diario, nos sorprende con la publicación de un libro que responde de forma directa a todos estos interrogantes y que nos pueden servir de esperanza ante tantas brumas y tinieblas que estamos viviendo y que sólo podría salir en un tiempo tan señalado como la Pascua. Está dirigido a creyentes y no creyentes. Es una obra de mano cálida y tendida para acoger a una humanidad herida por la envidia, el ansia de poder y la insistencia de poner precio a aquello que jamás debería tener precio: la vida de las personas de carne y hueso, con una biografía y una historia detrás. El título habla por sí solo: Contra la guerra. La valentía de construir la paz: “Si tuviéramos memoria, no gastaríamos decenas, cientos de miles de millones en el rearme. Si tuviéramos memoria, sabríamos que la guerra, antes de llegar al frente, debe ser detenida en los corazones. Las guerras sólo se detendrán si dejamos de alimentarlas. En este momento, hay tantas guerras en acto en el mundo que causan un inmenso dolor, víctimas inocentes, especialmente niños”. Nos recuerda esas guerras lejanas que también son guerras porque golpean de la misma forma, haciendo efectiva sus locuras, sus violaciones, sus masacres. La guerra lo engulle todo, sin dejar rastro a su paso. Ahora bien, sólo puede tener una fuga de agua y es que el corazón humano palpite de otro modo, que viva dándole la vuelta a los valores que imperan hoy en el mundo. La Resurrección implica, aunque resulte paradójico, ilógico e inhumano, la confianza plena en el ser humano. La posibilidad de volver a nacer desde los defectos y miserias que nos ponen a prueba. Ahí radica la apasionante y extraordinaria aventura de la libertad de las personas. Y este es el reto que como humanidad debemos afrontar.

Alguien podría decir que sólo estamos ante palabrería vaga y de postín. Pero Francisco está respondiendo con gestos de paz y misericordia a hechos de violencia cuando es el líder de una confesión religiosa que está siendo perseguida. Como nos recordó Josep Miquel Bausset el Viernes Santo en este mismo periódico, cerca de 360 millones de cristianos sufren persecución, aumentando en veinte millones el pasado año. Por tanto, este libro es fruto de una persona consecuente que no concibe la paz de forma oportunista. La paz es el único camino para construir y tender puentes entre las personas que no creemos, pensamos ni sentimos lo mismo. Estos días luminosos de Pascua deberíamos plantearnos el reto de renacer, de cambiar esos gestos, palabras y omisiones que hieren a otra persona que llora y ríe igual que yo. Que esta Pascua sea el inicio de la paz de nuestros corazones, inundando de bondad y respeto todos los rincones del mundo. Sólo de esa forma la guerra perderá definitivamente su batalla.