Estos días y coincidiendo con la temporada estival ha vuelto a tener relevancia el debate de la tasa turística. Un debate que unos y otros estiran como un chicle, convirtiéndolo en un espacio demagógico. Pero en política, precisamente como con el chicle, masticar y hacer ruido no significa que estés comiendo. Hablar de un tema de forma continua no significa que estés aportando algo distinto.

Pero como nosotros sí queremos aportar, aquí va nuestra posición. La tasa turística es una herramienta que existe en muchas ciudades. Casi todas las personas que han viajado a otras ciudades la han pagado alguna vez y ninguno hemos cambiado nuestro destino por ello. No sólo no es un drama, sino que usada con inteligencia puede mejorar nuestro modelo, atrayendo calidad y penalizando lo que tiene efectos negativos. Porque el turismo genera empleo y a la vez, tiene impactos negativos. Las dos cosas son ciertas y pasan en todos los sectores económicos.

Pero ocurre que en los últimos años en España se han enfrentado de forma pública dos maneras de enfocar las políticas el turismo. La especulativa y la antiturística. La primera fiando el modelo turístico a sobrepagar eventos puntuales de rentabilidad cuestionable y a un modelo de baja calidad e insostenible y la segunda consistente en rechazar frontalmente la actividad turística defendiendo posiciones abiertamente contrarias e incluso de rechazo a las personas que nos visitan. Extremos que obviamente el PSOE rechaza y que, con toda seguridad, rechaza la mayoría.

Y aquí en València podemos aportar razones. Fue aquí donde el turismo basado únicamente en el verano y el modelo de grandes eventos fracasó estrepitosamente. Nos arruinó y dejó unas cifras de rentabilidad turística y calidad en el empleo que fueron siempre por debajo de la media nacional. Y respecto a la imagen que genera la turismofobia tenemos ejemplos cercanos en ciudades como Barcelona. Un espejo en el que, sinceramente, no quiero que se mire València. Más si cabe cuando esas posturas se toman muchas más veces por quienes no dudan en coger una maleta y recorrer mundo a pie de chancla y a golpe de foto en Instagram, que por quienes honradamente se ganan en este sector su sueldo.

Por contra, desde el PSOE en nuestra ciudad hemos impulsado un modelo propio basado en la calidad, la identidad y singularidad de València. Potenciando nuestros atributos mediterráneos, poniendo en valor nuestro patrimonio, por ejemplo, con la peatonalización de nuestro casco histórico y colaborando estrechamente con el sector. El resultado es que nos visita más gente, pero sobre todo ha aumentado la calidad del turismo que recibimos con los mejores datos de nuestra historia. De hecho, hemos hemos sido reconocidos como capital europea del turismo inteligente por ello.

Y queremos aprovechar el debate sobre la tasa para seguir mejorando. Nuestro objetivo no es hacer que las personas dejen de venir a València, es aprovecharla para que la ciudad se beneficie más de que nos visiten. Por eso, creo que, siguiendo el espíritu de la propuesta, no se debe tratar todo el turismo por igual. Ni todas las actividades generan el mismo empleo y riqueza, ni todas impactan igual sobre el medio ambiente o sobre el acceso a la vivienda. Por eso, si los cruceros tienen un impacto medioambiental profundo y en cambio un rendimiento económico prácticamente nulo, deberían aportar más. Si un crucerista quiere pasear por nuestra ciudad será bienvenido y pagará una tasa como lo hace, por ejemplo, para entrar a un museo. No creo que nadie ponga problemas. Y si es capaz de perderse una ciudad tan maravillosa como la nuestra por no pagar unos pocos euros no creo que su ausencia suponga una gran pérdida para ciudad. Y lo mismo para los apartamentos en edificios residenciales. Si su impacto ambiental en el barrio suele ser más negativo que positivo, suponen un elemento añadido de tensión a los precios de los alquileres y su impacto en el empleo es prácticamente nulo, parece lógico que aporten más para hacer políticas públicas que reviertan esos efectos.

Y frente a esta propuesta han salido todos los partidos a contestar, podría entrar en el debate corriente si no fuera por la agresividad y nerviosismo con que se ha enfocado. Somos partidos distintos y cada uno tiene derecho y debe tener su propia posición. La tenemos respecto al modelo turístico. Defendemos un modelo inteligente, consensuado, que produzca beneficios sociales que compensen y superen los negativos. Somos capital del turismo inteligente y somos la primera ciudad del mundo en medir la huella de carbono. Creo que nos hemos ganado credibilidad para marcar posición.

No compartimos el modelo precario del PP que arruinó a Valencia con pocos beneficios, pero tampoco la demonización de un sector del que viven muchas familias valencianas como en ocasiones hace Compromís. Por eso, no compartimos declaraciones recientes de sus dirigentes como, cito literalmente, «el impacto (del turista) es siempre el mismo». Pues no. No tiene el mismo impacto un crucerista que se da una vuelta de unas pocas horas siguiendo a un guía levantando una bandera para subir después a comer al barco que un turista que pasa unas noches en un hotel, disfruta nuestra gastronomía, visita nuestros museos, compra en nuestras tiendas y pasea por sus distintos barrios y zonas. Y no es lo mismo un sector que paga impuestos, contrata personal, paga seguridad social, cumple con las estrictas normas y da una imagen y calidad a nuestra ciudad que otro tipo de alojamientos, que surgen de forma espontánea por nuestros barrios, que encarecen los alquileres y en no pocas ocasiones la convivencia. Y a los que esta herramienta puede ayudar a controlar. Por eso no diferenciar como se propone, además de poco inteligente es injusto.

La ley que se ha de aprobar en Les Corts, firmada por todos los grupos del Botànic, se basa en un impuesto para mejorar nuestro territorio como destino con servicios, inversiones y creación de mejor empleo. Eso justifica no tratar a todo el sector por igual, beneficiar aquellos que más aporten a estos objetivos, respecto a quienes no lo hagan. En compensar el impacto negativo que sobre los servicios y el medio ambiente tiene la actividad turística. Por lo que también parece razonable penalizar más actividades muy contaminantes como las de los cruceros. Y por último combatir otras externalidades negativas como el impacto sobre un derecho como la vivienda. Lo que justifica que seamos más estrictos y pidamos que aporten más estos alojamientos.

Esa es nuestra propuesta, la que aplicaré si recibo como alcaldesa la confianza de la mayoría de la ciudad. Ya que este es un debate de futuro. Porque con todo lo que ha sufrido este sector con la crisis de la Covid, se acordó y me parece razonable que como pronto se aplique esta medida dentro de más de un año, según la propia propuesta de Les Corts.

Nadie va a dejar de visitar València por la tasa turística y eso es justo lo contrario de lo que dicen quienes la demonizan, pero también lo contrario de lo que desearían quienes demonizan el sector turístico. Huyendo de esos extremos hay un campo amplio para hacer un instrumento que mejore a la vez sector y ciudad. Y eso pasa, como con todo, por ser justo y ser más exigentes con quienes menos aportan o generan efectos más negativos. Se puede tener un modelo equilibrado, respetuoso y que siga batiendo records como en estos últimos años. No es tan apasionado como anunciar el apocalipsis del sector o escribir tourist go home, pero es lo que espera la mayoría que hagamos los que tenemos la responsabilidad de tomar decisiones.