Llevamos demasiados años sin que se acuerde un modelo educativo de referencia que permita una continuidad a lo largo de los años. Docentes y estudiantes están bastante perdidos con tanta innovación que no aporta mejoras, sino que incrementa cada año la incertidumbre. Ahora estamos a vueltas con cambios de términos. Llamar a las cosas de una manera y mantener la terminología es clave. Cambiar cómo llamar a las cosas para no cambiar nada es crear problemas a todos.

Lo bueno es que el profesorado español está curado de espanto y ya es capaz de abordar incluso cursos sin tener claro qué es lo que legalmente se debe enseñar, porque al gobierno se le hizo tarde con sus propuestas y algunas CCAA adoptaron el «haga lo que le dé la gana»; todos lo hacen y mientras no hayan protestas en la calle, aquí no pasará nada.

Dentro de ese maremágnum de cambios a que nos tienen acostumbrados tirios y troyanos, me viene a la memoria (esa capacidad que parece inútil para fomentarla en la enseñanza) el baile permanente que se da respecto a la Filosofía. Parece como si sobrara, por caduca y obsoleta, la disciplina central que ha ido organizando el desarrollo de las civilizaciones y la cultura desde que existen registros históricos. Ahora lo que parece valorarse más es la ciencia y la tecnología. El problema es que estos dos ámbitos disciplinares no son conocimientos opuestos a la filosofía, sino que la filosofía, como búsqueda del conocimiento desde lo más desconocido, es el motor que genera el desarrollo del pensamiento y permite orientar las preguntas acerca de la vida y todo lo que la envuelve, desde lo más técnico a los valores más espirituales. Sin duda, es el instrumento que origina ‘enseñar a pensar’ y debería contemplarse en todas las etapas del desarrollo. Obviamente no se trata de enseñarles a los niños de seis años qué pensaba Aristóteles, sino usar los enfoques filosóficos (socráticos, aristotélicos, etcétera) para orientar el desarrollo del pensamiento crítico.

Un buen ejemplo de esta orientación la tenemos actualmente en la oferta de cursos propios de la Universitat de València que realiza la Fundación Universidad-Empresa (ADEIT). Se trata del Certificado de Formación Continua ‘Acciones educativas en contextos de (dis)capacidad intelectual: la Escuela de Pensamiento Libre’, en colaboración con el Centro de Filosofía para Niños y Niñas de la Comunidad Valenciana.

Este programa, que recoge y profundiza una experiencia educativa con más de seis años de vida, ya se ofertó el curso pasado y obtuvo una alta puntuación en la evaluación realizada a los participantes. Este postgrado universitario se oferta tanto al personal de centros de educación especial y servicios sociales, tengan o no un grado universitario, como a personas que deseen trabajar en el ámbito de la discapacidad o diversidad intelectual.

Una característica que convierte a la Universitat de València en pionera en este tipo de acciones inclusivas es que, entre el profesorado que actúa en el programa, se integran personas con ‘dis-capacidad cognitiva’ que en cursos anteriores realizaron el programa y son reconocidos como ‘Maestros socráticos’. Avanzar en la inclusión de la diversidad es posible cuando se arbitran los conocimientos que pueden ayudar a todos a mejorar su conciencia ciudadana y ética.

El objetivo final de la Escuela de Pensamiento Libre es proporcionar formación teórica y práctica a los profesionales que trabajan o quieren trabajar en el ámbito de la diversidad intelectual, aportándoles conocimientos para, desde la reflexión filosófica, coadyuvar al desarrollo de las personas y promocionar una inclusión ciudadana completa. Por ello, pueden asistir a este curso personas que, en el ámbito educativo y en el de los servicios sociales, estén interesadas en favorecer el crecimiento intelectual y el reconocimiento ciudadano de personas con diversidad cognitiva: se dirige, pues, a personas interesadas en el tema de la filosofía como medio de desarrollo personal y social, incluyendo pedagogos, trabajadores y educadores sociales, graduados en Filosofía, profesionales de cualquier ámbito psico-socio-pedagógico, etcétera.

La inclusión de la diversidad, el desarrollo del pensamiento crítico y ciudadano, la conciencia ética y los valores que cada cual debe asumir como responsabilidad individual para su vida en sociedad, son aspectos que, por desgracia, cada vez echamos más en falta en las propuestas educativas que se van realizando desde las sucesivas e incansables propuestas gubernamentales que se nos realizan a los educadores a través de la legislación (normalmente improvisada y siempre no acordada socialmente entre todas las opciones políticas españolas). Hay fundamentos de desarrollo del pensamiento que son imprescindibles, que no deberían ponerse en duda en la educación, como la filosofía, junto a la ciencia y la tecnología: fundamentos que deben ir de la mano y que no son conocimientos opuestos, ni alternativos, pues son complementarios.