La novela Orlando: una biografía de Virginia Woolf (1882-1941), fue publicada en 1928 y traducida al español por Borges en 1937. En la sinopsis de la publicada por la editorial Salvat en 1994 puede leerse lo siguiente: «Orlando es la biografía ficticia y paródica a través de cuatrocientos años (desde el siglo XVI hasta el presente en el que se escribe la obra) de un ser excepcional que asiste en todo ese tiempo a los inevitables cambios sociales que comporta cada época. Dotado de una sensibilidad especial que lo lleva a vivir convulsamente diversas historias de amor y a cambiar de sexo inevitablemente a mitad de la obra, se debate entre múltiples viajes, un fuerte apego a la casa y a su tierra y el interés por adentrarse en un mundo literario satirizado. Todos estos factores están condicionados por la esencia de un ser andrógino en busca de la vida en un sentido pleno».

Borges afirmó que en Orlando hay también una preocupación por el tiempo. La llamada Ley Trans me ha recordado a Orlando, tanto por el tratamiento que se da a la transexualidad, quizás Orlando es el primer transexual literario de la Historia, como por los efectos del paso del tiempo ante los fenómenos legislativos y las necesidades individuales y sociales de la colectividad que pretenden regular.

El proyecto de ley llamado Trans actualmente está en tramitación en las Cortes Generales en la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, que ha prorrogado el plazo de presentación de enmiendas hasta el 5 octubre próximo.

Se destaca como innovaciones importantes la facultad que se concede a toda persona mayor de dieciséis años para el cambio de sexo y su inscripción registral sin otro requisito que la expresión de su voluntad. Los menores de dieciséis y mayores de catorce años deberán estar asistidos de sus representantes legales.

Los menores de catorce años y mayores de doce precisarán autorización judicial y los discapacitados podrán solicitar las medidas de apoyo que precisen (art. 38). También se faculta la reversibilidad transcurridos seis meses desde la inscripción en el Registro Civil del cambio de sexo (art. 42), es decir, cambiar lo cambiado, en una secuencia que se presenta al parecer ilimitada y sin duda, no tiene otro límite que la muerte del ambivalente.

Quizás la búsqueda de un sentido pleno de la vida obligue a algunas personas a transitar por cambios de identidad sexual durante su estancia en este mundo. Quizás el tiempo, ese juez severo, nos lleve de un lado a otro o a ningún lado, como individuos. Sin límites.

Aunque Orlando en cuatrocientos años cambió solo una vez de sexo, de varón a mujer. Lo bien cierto es que las previsiones prelegislativas nos llevan a superar toda ficción para regular, no sin cierta precipitación y con falta de garantías, una cuestión que afecta no solo a la identidad individual sino también a nuestra identidad colectiva, en la que los derechos no sean un arma arrojadiza contra los que no piensan lo mismo que nosotros sino el desarrollo de la sociedad hacia niveles más libres, justos y solidarios al tiempo que más razonables.

Como dijo Cicerón, leges iustae cum rationabili, las leyes justas son las razonables. De lo contrario, todo estará imposible.