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Pilar Ruiz Costa

Bibidi Babidi bu

El esqueleto más antiguo de un homínino hallado hasta la fecha pertenece a la especie Ardipithecus ramidus por lo que le pusieron el nombre de Ardi. Es de una hembra. O una mujer. No quiero echar más leña al mono. Vivió hace 4,5 millones de años en lo que hoy es Etiopía y sirvió para descubrir que ya para entonces nuestros antepasados habían abandonado los árboles y caminaban erguidos. Tras miles de años de evolución, su pelvis y la estructura de los dedos de los pies les permitían impulsarse dando pasos.

Aún hubo que avanzar hasta hace 1,9 millones de años para la aparición del Homo erectus -literalmente, que camina erguido- y aún hasta hace 315.000 años, para la llegada del Homo sapiens -por definición, hombre sabio-.

«Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad», pasito a pasito, quién se lo hubiera dicho a Ardi, el hombre llegó hasta la Luna. Pero los caminos del Señor son inescrutables y para conocer de verdad a alguien hay que ponerse en sus zapatos y esos zapatos, caramba, a veces han llevado unos tacones del copón. Al principio solo en la antigua Persia, como elemento añadido a la bota de los guerreros para sujetar mejor el pie al estribo y así poder disparar sus flechas con mayor precisión.

Influencers sin pretenderlo, los aristócratas europeos fueron imitando aquellos zapatos de los guerreros persas convencidos de que les otorgaba un aura de virilidad, incluso cuando los extravagantes tacones les obligaban a caminar del brazo de algún sirviente o ayudados por un bastón.

La ilustración trajo consigo la Revolución francesa, el termómetro de mercurio, el bidet… y que los hombres se deshicieran de pelucas empolvadas y aquel calzado asociado al rancio abolengo que, en definitiva, no servía para nada y desde entonces, para demostrar que el Homo sapiens lo es pero no tanto, las mujeres perpetuamos como símbolo ahora de feminidad, unos tacones que acaban lesionando pies, rodillas y espalda. 

El ejemplo más feroz y en absoluto lejano lo tenemos en el vendaje para reducir el tamaño de los pies -o ‘pies de loto’- que comenzó en China con la dinastía Song en el siglo X y se perpetuó hasta bien entrado el XX. Por supuesto, al principio, solo entre los nobles, quienes atribuían relación entre el tamaño mínimo de los pies femeninos y la estrechez de la vagina y veían signo de prestigio estar casado con una mujer que no se valía para caminar, pues representaba que se tenía la suficiente fortuna para mantenerla. Malditos influencers chinos, los vendajes se extendieron al entorno rural donde los padres esperaban que la renuncia a la movilidad de las hijas se compensara en el futuro con un marido, que si bien no la mantuviera con lujos, apreciara su incapacidad de huir a su destino y asumiera los duros trabajos manuales, convirtiéndolas en seres totalmente dependientes de los hombres.

Inspirada en esta época e inteligentemente omitida de la versión del cuento de Charles Perrault, Cenicienta, y más edulcorada aún en la adaptación de Disney donde aprendimos que con solo decir Bibidi babidi bu se encuentra el amor, pero eso sí, además del conjuro es necesario calzarse unos zapatitos de cristal. ¡De cristal! Lo que no nos contaron de la versión original -un antiguo relato chino- es que el príncipe, asombrado al ver un zapato tan pequeño quiso conocer a la propietaria y mandó llamar a palacio a todas las mujeres para que se lo probaran. La madrastra -con esperanzas parecidas a cualquier madre de la época-, temiendo que los pies de sus hijas aún no serían lo bastante menudos, les cortó los dedos. A pesar de la mutilación, el zapato no les cabía...

¡Con lo fácil que era decirles «Si tienes que forzarlo, no es tu talla; aplicable a anillos, zapatos, relaciones...»! Cosas de princesas, que avanzan, pero muy despacio. Seguro que lo han leído estos días: la reina Letizia sufre una metatarsalgia crónica en ambos pies y un neuroma de Morton en el pie izquierdo provocado por el uso continuado de tacones. Una noticia que descoloca, acostumbrados como estamos a que los titulares de la reina consorte versen, a pesar de su larga e importante trayectoria profesional, sobre sus outfits o retoques. Solo unos cuantos ejemplos de este último mes: «La reina Letizia o cómo llevar un vestido sin sujetador», «La reina Letizia sorprende con un diseño español con escotazo en la espalda», «La reina Letizia eleva el traje ‘working girl’ con los zapatos con truco para alargar las piernas», «Letizia apuesta por el rojo y la capa», «Letizia apuesta todo al rosa fucsia en Alemania», «‘Osado’ y ‘juguetón’: el estilo de Letizia, protagonista en la prensa belga».

¡Pobre Ardi! ¡Pobre Letizia! No se lo merecen. No lo merecemos… O quizá sea la oportunidad de llevar un paso más allá la evolución y la evolución de la monarquía pase por la revolución de los zapatos. Ya lo predijo Machado:

«Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar».

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