Dado que mucho se habla y escribe sobre el Pueblo Saharaui, su penosa situación en el desierto, el criminal ninguneo informativo de su causa y la ruin hipocresía con que se le trata, este artículo no pretende insistir en una visión geopolítica del problema o del saqueo de los recursos naturales, sino realzar el aspecto solidario, apuntando a la solidaridad ciudadana, a la de a pie, a la del pueblo organizado, no a la institucional con su búsqueda de retornos o a la de grandes corporaciones millonarias, con una solidaridad profesional, sujeta a subvenciones con sus correspondientes directrices, con sus poderosas campañas de marketing para captar subvenciones y socios.

Nos dicen (y muchos se lo creen), que el pueblo es soberano. Siendo así, no se entiende que siendo la causa saharaui mayoritariamente apoyada por la ciudadanía y siendo que una abrumadora mayoría del Congreso rechaza el cambio de postura gubernamental respecto al Sáhara, las actuaciones del Gobierno vayan en la dirección opuesta, entorpeciendo y bloqueando las aspiraciones de independencia saharaui y lo consideren como una simple autonomía de Marruecos.

No se entiende que siendo la mayoría de militantes y votantes socialistas partidarios de la justa causa saharaui, el partido que dice representarlos, haga oídos sordos.

A pesar de todo este tsunami oficial para acallar la voz saharaui, somos muchas las personas que, sin condiciones, dedicamos nuestro tiempo a su causa, entregamos parte de nuestra vida en hacer un poco menos difícil su vida, llegamos hasta donde nuestros pocos recursos alcanzan, los visitamos en los lugares donde la guerra y el abuso de autoridad marroquí nos lo permiten, durante meses, acogemos a miles de niños y niñas saharauis para que se olviden, al menos temporalmente, del asfixiante calor del desierto y de la guerra, les visitamos, cuando podemos ir y cuando pueden acogernos, para que sientan que no están solos.

Toda esta marea solidaria, repartida por todo el Estado Español (y por medio mundo), se mueve sin que nadie se lo pida, sin que nadie les ruegue, sin esperar alguna fecha señalada en el calendario, sin lanzar campanas al vuelo ni hacer unos fuegos artificiales que tanto gustan al entorno institucional, sin esperar a que los astros se alineen para tomar fuerzas, buscando siempre la inclusión de cuanta gente quiera participar, sin excluir a nadie.

Toda una marea solidaria que la mayoría de las veces, desarrolla su actividad en el más absoluto silencio producto del más despreciable desinterés por parte del entorno político y de los medios informativos, teniendo que apartar, por momentos, los pensamientos de la propia problemática que nos envuelve (pandemias, inflaciones, energía, trabajo, vivienda, salud,…). Cuando lo más cómodo sería decir que no tenemos tiempo, o no sabemos de dónde sacarlo, o perderse en nuestros problemas, en nuestras historias, dejar que nos absorban y paralicen.

Pero no. Ahí sigue el movimiento solidario, incomodando la conciencia de tanto insensible, azuzando las actuaciones de tanto chaquetero imposible de ubicar tras tanto cambio de postura, movimiento solidario invisible para muchos, pero siempre con la misma ilusión, las mismas buenas intenciones y con los mismos mejores deseos. Sin cansarse del resultado, reunión tras reunión, mes tras mes, año tras año, ajeno al desánimo. Embarcados en un viaje de destino claro, con llegada incierta, pero sabedores que es el viaje que hay que hacer.

Porque en tiempos de tanta flojera, de tanta queja en la barra del bar, de tanto individualismo, del nulo interés por lo que no suponga una rentabilidad (lo que no deja, déjalo), hemos llegado al extremo de necesitar un cierto grado de valentía para comprometerse con algo tan bonito, tan necesario, tan humano tan justo, como apoyar a un pueblo que sólo pide poder decidir sobre su destino.

Mucha gente, con la excusa que el problema les parece nimio, lejano o irresoluble, seguramente preferirá gastar sus energías en pretextos, disculpas y palmaditas en la espalda, antes que arremangarse y luchar con todas las de la ley, aun sabiendo que los resultados son inciertos. Pero esa filosofía tan arraigada de buscar excusas, es un indicador del débil entramado social a la hora de abordar problemas, esperando siempre a que sean otros (políticos, abogados, jueces, policías, tecnócratas, etc.) quienes los resuelvan.

Y aunque hay muchos ejemplos vivos de cuanto digo (la cántabra Help Solidarity Projects, Rivas-Sahel de Madrid, Cedsala y Movaps en València, Comité Internacionalista de Zaragoza, …) quisiera destacar uno en València: FETESA, el Festival Internacional de Teatro Sáhara-España, un proyecto de La Monda Lironda Teatre para llevar un programa de formación en materia de teatro y educación para profesionales del Sáhara, con dos festivales anuales en los campamentos saharauis (abril y noviembre) y un festival paralelo en centros escolares de Valencia ciudad (septiembre a junio), promoviendo el uso del teatro como herramienta educativa, generando espacios de encuentro entre comunidades educativas diversas, sensibilizando en materia de derechos humanos y codesarrollo, dando la oportunidad de realizar estudios profesionales en la Escuela de Teatro y realizando intercambios profesionales y artísticos.

Si algo ha aprendido todo este movimiento solidario ciudadano, es que no por el simple hecho de querer algo, de saber que ese algo es de justicia, se va a conseguir o va a venir caído del cielo. Hay que dejarse la piel porque nadie regala nada, aunque por suerte, siempre encontramos muchas manos amigas que hacen posible el seguir adelante.

Seguir adelante porque hay un poderoso motivo, la Esperanza.

Seguir adelante porque hay una extraordinaria meta, la Libertad.

Y seguir adelante porque tenemos un valiosísimo instrumento, la Solidaridad, que nos sirve para ir sorteando dificultades y zancadillas en ese transitar largo, duro, pero entusiasmado, hacia la meta.