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Martí

Liderazgos renovables

Parque fotovoltaico Denis Zhitnik/Shutterstock

Tiene algo de bíblico recurrir a Joan Lerma como padre de la patria, pues su autonomismo se desvaneció cuando suplicó un ministerio a Felipe González tras perder la Generalitat. Pretendía Defensa y acabó en Administraciones Públicas, cuando lo suyo era aguantar el chaparrón, aunque hace bien de vanagloriarse de cierto pacifismo cívico, pues la crispación bajó cuando la derecha ganó el debate de la denominación y la bandera. La batalla filológica quedó en tablas, porque ir contra la RAE era excesivo, además que el cemento une más que los acentos. Lerma fue un gran gestor de partido, con la única obsesión de acabar con la disidencia. Puso tanto empeño en eliminar adversarios internos que el PSPV tardó veinte años en recuperar el Consell con los peores resultados de su historia, pero eso sí, con un lermista.

De aquel PSPV que aupó a Lerma queda muy poco, pues hasta su principal teórico, Josep Cucó, acabó rompiendo el carnet, eso sí, tras varios lustros con nómina en el Senado. Ahora los actuales príncipes herederos solo quieren copiar a Cucó en eso último, porque ya ni hacen el esfuerzo de hablar valenciano. En un alarde de rebeldía jubilar, Cucó volvió a presentarse en las listas del Bloc, el partido mayoritario de Compromís. El legado lermista en el actual Consell es minoritario. Dos de las tres partes -Compromís y Unides Podem-, combatieron los monolíticos gobiernos de Lerma y los pocos que pintan canas en esas coaliciones saben como se la gastaban sus ‘fontaneros’, una denominación que figura como la gran aportación valenciana a la política.

Como gran defensor de las segundas, terceras y cuartas oportunidades, ningún reproche, es más celebro la claridad federalista de Ximo Puig, influido sin duda por las homilías de Badalona, pero su «vía valenciana» hace aguas cuando miras a su núcleo acompañante. Bajo el mantra lermista de quién resiste gana, Puig ha sido capaz de moderar un gobierno con demasiadas inestabilidades. Pero la salida de Mónica Oltra, primero, y la descomposición del espacio podemita hace imposible coordinar un relato común en los meses que quedan. Puig preside en esos momentos un gobierno a la italiana, un heptapartito compuesto por PSPV, Més, Iniciativa, Verds, Podem, EU y el embrionario Sumar de Yolanda Díaz. Está claro que con tanto rompecabezas sobresale el presidente, pero se ha quedado sin gestión. Como el culebrón de la gestión de las renovables, un auténtico despropósito que desnuda el sudoku botánico.

Mantener un criterio fundamentalista contra las plantas fotovoltaicas es una incoherencia, como demuestra la actual crisis energética, además va contra los tiempos, pues la mayoría de militantes y simpatizantes de Compromís y Podem disponen, o han solicitado, placas de autoconsumo renovable. En este caso, es necesaria la autoridad del presidente para poner orden, pero ni así, no sea cosa que se molesten los socios congregantes. Esta y otras cesiones van en el debe de Puig, que como Lerma, no es un líder social. En la próxima sesión de sermones, debería preguntar como desapareció el PSI, ya que el mentor que lo atiende es un experto vaticanista y antiguo asesor de Blasco.

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