VIENTO ALBORNÉS

Acerca de la fusión en la izquierda

F. Javier Casado

F. Javier Casado

La suma en política, siempre más invocada que construida, es como la fusión en música: se trabajan dos o más estilos complementarios para crear una nueva fórmula que gustará o no al público, pero ofrece otro proyecto, sin que suponga abandonar ni destruir lo previo. Por ello, a los que soñamos con sumar en lugar de dividir, tendiendo a federar lo nacional y confederar lo internacional, no se nos alcanza el significado último de la intervención de Pablo Iglesias Turrión en la «uni de otoño» de Podemos, replicada en posteriores berreas, contra su designada sucesora in pectore como candidata a presidenta del gobierno de España, Yolanda Díaz, y actual vicepresidenta del reino, por UP, y cabeza de la coalición dentro del ejecutivo, pues Izquierda Unida y sus partidos, PCE e IR, u organizaciones sociales varias, como Teruel, existen.

Lo del ex todo, Iglesias, al final rememora El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, un círculo solitario de poder, y esperamos que su regreso a una plaza universitaria le lleve por caminos intelectuales más positivos que culo, caca y pis. Entre tanto, Yolanda Díaz continúa su periplo de escucha y formación de cuadros a través de la asociación Sumar, que también ha pasado por el País Valencià la víspera del 20N en el recinto ferial de la capital, tras visitar varias comarcas y frecuentar todas las fragancias del Botànic, que no son pocas, amén de fichar a personas de valía reconocida por esas y otras organizaciones que no suelen estar en primera línea, pues si se pretende culminar el proceso de contactos con un programa sólido y que ilusione, conviene crear equipos que conecten a los movimientos sociales y políticos con quienes se pretende converger.

Una convergencia respetuosa entre las sensibilidades, muchísimas, a la izquierda de ese PSOE del turnismo bipartidista es difícil en nuestra piel de toro y lo normal es fracasar, como ha sucedido en países vecinos de la UE: en Portugal durante las últimas elecciones las dos formaciones a la izquierda del PS perdieron su poder de negociar con los socialistas para que pudieran gobernar y António Costa obtuvo la mayoría absoluta. Y en las presidenciales de Francia, Jean-Luc Mélenchon al frente de La Francia Insumisa, sin apoyo de otras formaciones de izquierda, estuvo a 445.000 votos de pasar a la segunda vuelta por delante de Marine Le Pen y disputar a Emmanuel Macron la presidencia de la República. Luego, en las legislativas, unidas todas las izquierdas y movimientos sociales, Mélenchon ha logrado superar en escaños a las derechas y convertirse en alternativa a Macron.

Ello no implica que aquí tropecemos en la piedra perenne, pues cabe ser optimistas, dado que la enorme diversidad de izquierdas en las CCAA se puede canalizar con el cada uno es cada uno o con uniones variopintas en las elecciones locales del próximo semestre, donde en cada municipio o territorio hay un mundo, mientras que en las elecciones generales, por la lógica del periclitado sistema electoral, no queda más remedio que sumar si se quiere seguir manteniendo el gobierno de la nación, frente a una derecha crecidita al estilo manolofraguista y una ultraderecha subiendo el volumen del insulto entre su habitual demagogia. Solamente un amplio frente ciudadano podrá parar esa marea ultra cada día más escorada a su diestra y alejada de la realidad hispana y de la eurozona. Como tantos antes, declaran muerto al presidente Pedro Sánchez muy prematuramente.

Quienes abrazaban el pensamiento líquido, la postverdad, aun abjurando ahora, no dejaban de tener razón. Todo fluye aceleradamente y las clases sociales, aquello de los de arriba y los de abajo, se pierde en la vorágine del género sexual y la identidad nacional de cada quisque, hasta desdibujar el hilo rojo de la contemporaneidad que comenzó a tejerse con la revolución francesa y que ha devuelto ilusión a los trabajadores galos: libertad, igualdad, fraternidad.