Vivir del recuerdo

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Con la defensa dogmática de los estilos de juego pasa un poco como con el debate de la forma de celebrar los goles. La frontera entre la reivindicación de una manera de ser, como manifiesta Luis Enrique, o de la herencia cultural, tal como alega entre bailes Brasil, acaba chocando con el respeto del equipo oponente que tienes enfrente. La infravaloración de la victoria de Marruecos por su propuesta futbolística, un juicio extendido en muchas valoraciones posteriores a la eliminación de España, me transportaba a 2004. Aquel año se catalogó como pésimo para el fútbol por el pragmatismo con el que el Valencia, el Oporto, Grecia y hasta el Once Caldas colombiano conquistaron la Liga y UEFA, la Copa de Europa, la Eurocopa y la Copa Libertadores. Y en realidad, todas aquellas gestas contra pronóstico ennoblecían el deporte por voltear favoritismos con un estado de ánimo esculpido desde el trabajo silencioso, la solidaridad colectiva y, obvio, la necesaria suerte.

Todos esos factores futbolísticos y emocionales coincidieron para elevar la proeza de los Leones del Atlas. E invitan a una autocrítica en la que el análisis futbolístico deberá desligarse del trincherismo mediático, de la visceralidad patriótica, del abuso común de la palabra “fracaso” y hasta del personalismo acentuado por el seleccionador y que magnifica la caída de su obra. Acepten la injusticia y traguen veneno, que todo se equilibra, dijo Bielsa. Encajen decepciones y traguen vanidades, que el equilibrio es muy frágil, me atrevo a añadir. La gran frustración de la eliminación de la Roja llegó con la previsibilidad del partido imaginado y temido. Los 1019 pases y el único disparo a puerta en 120 minutos ya los vimos en Rusia y contienen la trampa de vivir prisioneros del recuerdo, en un tiempo que ya es otro hasta en las formas. La hegemonía visual de “tik tok” convierte un festejo como los de Ayala, con puños apretados o pidiendo calma, en una acción contracultural.

Y de lo que no nos percatamos es que el impacto del recuerdo es tan poderoso que maquilla hasta la evolución constante de una idea. Un ejemplo: Nunca ha dejado de asociarse a Brasil como un equipo alegre y vistoso cuando, en realidad, solo en Catar su exuberancia coral ha recordado a la “canarinha” inolvidable del 82. Entre medias se ha visto una selección europeizada y en algunas versiones hasta italianizada con tres pivotes, como en el 94 con Dunga, Mauro Silva y Mazinho. Otro ejemplo: por más que Van Gaal haya acorazado a Países Bajos como un bloque inabordable en defensa y con eficacia feroz, de hambre antigua, el primer destello siempre será el fogonazo estético de Wilkes, Cruyff, Gullit y Bergkamp. Por más que España madure en alternativas, la reminiscencia del Ernst Happel y el Soccer City sobrevivirá a todo cambio. Citando a Luis Enrique, la vida siempre sigue, y para el proyecto construido en torno a los Pedri, Soler, Gavi, Guillamón, Williams, Balde o Gayà, lo mejor está por venir.