EL MIRADOR

El aborto, sin censuras

Javier Arias Artacho

Javier Arias Artacho

El aborto se ha convertido en un tabú, en una oportunidad de linchamiento político y social que enturbia su importancia. Sin embargo, siento que es urgente descender de la tarima de la propaganda y del eslogan y analizar esta realidad social del siglo XXI. En este sentido, es imprescindible separar el comportamiento personal de cada mujer —movidas por su moral, religión o situación personal— con la necesaria legislación en un estado del siglo XXI.

La mujer debe tener derecho a decidir. Punto. Este parece ser el leitmotiv político que lo justifica todo para algunos. Pues sí: la mujer debe tener derecho a tomar sus decisiones. Esto ya es un hecho y, por tanto, la «ley de plazos» aprobada recientemente en el Congreso intenta regular esta intervención dentro de unos cauces sanitarios y seguros. De hecho, en los países donde prohíben el aborto, se acaban produciendo alrededor de un 25% de intervenciones clandestinas según Amnistía Internacional, con el consiguiente riesgo para la vida de la mujer. Por tanto, ante la decisión de abortar no cabe la imposición de un estado, por más loable que sea su intención. El mundo ha cambiado y la realidad social es como un tsunami incontrolable.

Sí, es la realidad: la decisión de abortar está en manos de la gestante, pero se hace urgente luchar por reducir el número de casos y, para ello, habrá que incidir en la educación sexual más allá de Netflix y aportar una justa información de lo que significa un aborto. El hecho de que las grandes detractoras a «la interrupción voluntaria del embarazo» sean mujeres que han abortado es muy significativo. Pone sobre la mesa las secuelas psicológicas que puede acarrear una decisión mal tomada. Contrariamente a lo que nuestros jóvenes perciben a través de la sociedad, el aborto no es una operación de cirugía estética, ni siquiera la extracción de un quiste: abortar significa impedir que la vida de un hijo siga adelante. Esto también es un hecho.

La ideologización extrema ha procurado enmascarar y censurar una realidad incontestable: el ser vivo que la mujer lleva en su vientre tiene un corazón que está latiendo y, cuando oyes el palpitar de tu hijo por primera vez, tu vida cambia. Y lo digo por experiencia. No solo se trata de un tema de índole psicológico para la madre, sino de la increíble y controvertida realidad: la de la vida del no nacido. Y es en este sentido que me cuesta comprender cómo no se pone un mayor acento en este aspecto: el de informar, el de sensibilizar, el de poner en valor «la vida» en una sociedad cada vez más envejecida y con la urgente necesidad de nuevos nacimientos. Me cuesta entenderlo, sinceramente, sobre todo cuando desde la radicalidad se jalea y se alienta al aborto con odio y resentimiento, como si se tratase de vencer, más que de convencer, como si se olvidara que en este asunto la mujer es la que siempre pierde.

La posibilidad de que las menores de 16 años puedan ir a abortar sin el consentimiento de padres o tutores legales, no solo se trata de una anomalía del sentido común e incurre en un atentado contra la patria potestad, si no que profundiza en la falta de maduración en la decisión a tomar. Más aún cuando ya sabemos por la neurociencia que, a esas edades, la corteza prefrontal cerebral se encuentra todavía por desarrollar. Tal como señala Dr. Andrew Garner, miembro del Comité de Aspectos Psicosociales de la Salud Infantil y Familiar de la American Academy of Pediatrics, es en esa área del cerebro donde se regula el ánimo, la atención, el control de los impulsos y la habilidad de pensar de manera abstracta, lo que influye en la habilidad de planificar el futuro y en ver las consecuencias del comportamiento propio. Cualquiera que sea padre o profesor, como un servidor, lo tiene más que claro.

En definitiva, siento que es preocupante enfocar el aborto desde la demagogia y la falta de reflexión. En una sociedad hipersexualizada, se debería afrontar este tema con seriedad, sin poner en duda el derecho a decidir de la mujer, pero garantizando la información sobre los verdaderos riesgos personales que conlleva una decisión que no es menor para la mujer. Debería ser algo abordado por el sistema educativo y social, con seriedad y rigor. Siento que hay trincheras que la mayor parte de la sociedad no tolera, pero, al mismo tiempo, una inconcebible falta de libertad de expresión para tratarlo sin censuras.