A vuelapluma

Días de Fallas

Una imagen de la mascletà de las Fallas de 2023

Una imagen de la mascletà de las Fallas de 2023

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Sales del trabajo y el polígono industrial parece la India. El aroma de especias de la factoría vecina se expande como tantas noches aunque, no sabes por qué, se nota más ahora que el calor vuelve. Debe de ser un efecto psicosomático. Como el de las altas temperaturas cuando llegan las Fallas. Conduzco con la ventanilla bajada. Al lado, un coche con una paellera enorme en el techo. Todo es posible en estos días. La llevan atada, pero no deben fiarse porque unos brazos salen de las ventanillas para asegurar la magnífica sartén. Todo es posible cuando las calles dejan de ser calles. Lo bueno y lo malo. Paro en un semáforo, ya no hay luz de sol y unas chispas aparecen en la calzada. Los que estamos parados tardamos en darnos cuenta de que es uno de esos petardos que tanto excitan a los jóvenes con ganas de molestar. El ‘borracho’ (así los llaman) va y viene sobre el asfalto dejando un reguero luminoso. Al final, arrancamos, el cohete pasa por debajo y explota al otro lado. Esta vez ha habido suerte. Quién sabe la siguiente. Son días de Fallas. Todo es posible.

La ilusión juvenil de una vida que despierta es la que mejor encaja con este ambiente sin reglas: los ríos de ciclomotores para sentir en los pies la mascletà, las noches con los pies colgando del pretil del viejo río ante el espejismo de los fuegos, la vida en grupo dando saltos de alegría en cualquier esquina. Vueltas de la vida, decía aquella canción que tanto oías en la pandemia. Entonces todo parecía eterno y ni imaginabas que casi todo lo ibas a olvidar.

Ahora son días de Fallas y prefieres el rumor del mar a las calles salvajes. Prefieres robar el mes de abril a las noches de marzo. Prefieres buscar una playa en la ciudad. No es una queja. No es un lloro. No es ser antinada, solo objetor del festejo por obligación. Si tantos disfrutan es que hay algo fuerte y valioso. No es que espere tampoco grandes cambios: la política es de las masas, y las fiestas unen además el factor de amasar identidades y patrias.

En estos días de otoño en primavera te cuesta entender las posiciones fuertes, los que siempre tienen la razón, los que creen posible salvar el mundo por decreto. La realidad está hecha de aristas y es posibilista, como el agua, que siempre encuentra un camino.

Son días de Fallas y de populismo. En el Reino Unido anuncian nuevas leyes para señalar al extraño como culpable de todos sus males. Francia está cada vez más partida entre una extrema derecha y una izquierda radical frente a la tiranía sorda de la burocracia. Y en Italia ya gobierna el neofascismo, que canta en karaokes mientras gira la cara a los parias que se dejan los sueños en el mar, el mismo que oyes ahora lejos del fuego fallero. Pero no hay que cruzar fronteras para oler excedentes de odio. En Madrid una presidenta habla de ‘matar’ a los adversarios ahora que están débiles y la jefa de la oposición culpa al vicepresidente del mismo mal en el que incurre ella por una norma mal hecha que el Gobierno procede a cambiar solo después del escándalo. Sin el incendio, todo seguiría igual, como siempre. Demasiada bilis contra el de enfrente y demasiada rabia.

En estos días de Fallas quiero pensar que no me he convertido, sin darme cuenta, en uno de esos refunfuñones pasados de rosca que, como Ramón Tamames y otros, reniegan de las transformaciones de hoy e idealizan su pasado, el de esa Transición que a veces se cae de perfecta. Pero existió un espíritu de entendimiento que hoy parece una ofensa. Ya que el país es ventoso, que no sea al menos venenoso. Lo decía Josep Pla y sigue sonando actual hoy.

Ahora son días de Fallas y todo es posible. El incivismo está asegurado, la suciedad gratuita y el odio al otro, como el de la agresión homófoba en Russafa. Pero también es posible la primera falla municipal con firma de mujer, suave y alegre, sin ansía de pretensiones. Una demostración de que se puede renovar la tradición sin desandar lo andado. Y son posibles actos de sensibilidad como el monumento dedicado a las cicatrices de Noah Higón o el que normaliza a las mastectomizadas. Todo cabe, menos el silencio.

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