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Verdad de la buena

Clara Arnal

Clara Arnal

No es habitual, y no sería propio de una persona en su sano juicio, el mentirle al médico ante la pregunta rutinaria y esencial sobre sus antecedentes familiares. Sin embargo, esa es la situación en la que nos vemos las personas «sin identidad». Los que buscamos nuestros orígenes durante años porque se nos ha negado la verdad sobre nuestro nacimiento. La ciencia ha facilitado el poder reducir el riesgo de contraer enfermedades a través de los patrones genéticos. Sin embargo, las instituciones y la sociedad nos lo niegan. Así ocurre con tantas personas víctimas de adopciones irregulares, tráfico de bebés y otras barbaridades que se cometieron en nuestro país durante décadas, a las que se nos ha negado el derecho a conocer nuestros orígenes. A saber la verdad.

Ahora sabemos que la necesidad de conocer la verdad se asocia directamente con la salud física y emocional, pero sobre todo con la dignidad de la persona, lo que lo convierte en un derecho humano básico y universal. Y aunque siempre ha sido así, la proclamación por Naciones Unidas del Día Internacional del Derecho a la Verdad es relativamente reciente. Este es el treceavo año que se celebra el 24 de marzo, que hace referencia a las violaciones graves de los derechos humanos y la dignidad de las víctimas.

En muchos países se reivindica de una u otra manera el derecho de las víctimas de crímenes, conflictos armados y desapariciones forzosas, a conocer la verdad. Al otro lado del charco, El Salvador, Colombia, Argentina, encabezan la lista con grupos de mujeres que llevan años buscando y luchando porque se conozca la verdad sobre los crímenes del pasado. Y en nuestro continente, la actual guerra en Ucrania, como todos los conflictos armados, está ocasionando muchas desapariciones forzosas. Mucho se ha hablado en los ámbitos jurídicos sobre la naturaleza y definición de la verdad, y la dificultad, en muchos procesos históricos, de conocer la verdad absoluta. Dificultad que se ve agravada por el paso de los años, el envejecimiento de las víctimas y victimarios, el cansancio, la frustración y el desencanto que conlleva la búsqueda sin éxito durante años.

Además, en muchos casos, tanto las búsquedas colectivas como las personales, todas ellas causas justas, acaban grabándose en el imaginario colectivo como procesos amparados o ligados a algún régimen o pensamiento político, lo que termina produciendo cierta «apatía social» hacia una problemática que tiene que ver directamente con la dignidad de las personas.

Trece meses se cumplen desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania, la mayor ruptura del orden mundial después de 1945, con miles de crímenes de guerra perpetrados y cientos de casos de menores desaparecidos reportados. Lamentablemente, las desapariciones forzosas de menores son una de las consecuencias terribles en los países en conflicto que se acaban normalizando, al igual que se normaliza una realidad que debería ser inaceptable. Ucrania es un país con un gran número de huérfanos sociales en instituciones. Menores que al terminar la guerra serán buscados por sus padres o familiares. La Corte Penal Internacional acaba de dictar orden de detención internacional para Putin y la responsable de menores en la Federación Rusa, por la desaparición de 16000 niños desde que comenzó la invasión, presuntamente trasladados desde su país hasta Rusia y muchos de ellos ingresados en centros de adiestramiento o adoptados.

Padres que buscan a hijos; hijos que buscamos a padres. Doble y triplemente víctimas: Primero, por el secuestro o apropiación indebida, lo que, según Amnistía Internacional, vulnera nuestro «derecho a la protección de la vida familiar, identidad, nacionalidad, nombre y relaciones familiares sin injerencias ilícitas». Segundo, por los procesos psicológicos y traumáticos vividos a lo largo de todas las etapas del ciclo vital. Y tercero, por el hecho de tener que relatarlos y, con ello, revivir las experiencias dramáticas, en una búsqueda, casi siempre sin resultados. Afortunadamente, la ciencia nos ofrece el rayo de esperanza que nos sigue negando el entramado social. Un pequeño porcentaje de los afectados en todo el mundo hemos hallado parte de la verdad a través de los bancos internacionales de ADN. MyHeritage o 23AndMe son compañías que almacenan millones de muestras genéticas, con la capacidad casi mágica de cruzar segmentos de ADN y localizar a familiares incluso a miles de kilómetros de distancia. Aún así, todavía quedan muchas incógnitas por resolver escondidas en cajones o enterradas bajo tierra. Mucho camino por recorrer por muchos para llegar a la verdad que salva vidas, que cura conciencias y, sobre todo, que dignifica. La verdad de la buena.

Desde Fundación por la Justicia llevamos años defendiendo el derecho a la verdad en diferentes países. Premiamos y apoyamos a la Asociación Pro-Búsqueda de Niños y Niñas desaparecidas en El Salvador como consecuencia del conflicto armado. Ahora estamos empeñados en ayudar a reparar a las víctimas por los perjuicios sufridos y, entre los más graves, la desaparición de sus hijos menores. Debería este día servir al menos para invitarnos a reflexionar sobre la verdad, como pilar fundamental del derecho y la justicia, y como derecho humano básico para garantizar la integridad de los seres vivos, las relaciones humanas y, con ello, la paz y la justicia social.