Algo personal

La mirada de King Kong

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Los libros son las vidas que llevan dentro, y también las vidas y los sitios que viven fuera de sus páginas. Un día busqué una novela que no era fácil de encontrar. Me habló de ella mi amigo Manuel Aznar Soler, seguramente quien mejor conoce la literatura del exilio republicano español. El título: Cualquiera que os dé muerte. Lo escribió Cecilia G. de Guilarte, una mujer de familia anarquista que hubo de exiliarse después de la victoria fascista en 1939. Primero a Francia y luego a México. Regresó a Tolosa, su ciudad natal, en 1964. Durante muchos años ejerció el periodismo cultural en su tierra y ganó el Premio Águilas de novela en 1969. Era ese galardón el mejor dotado económicamente después del Planeta. Como pasó con tantas escritoras de aquel tiempo, ella también desapareció del mapa. El Canon literario era y sigue siendo cosa de hombres. Hace unos meses, la joven editorial Rasmia, con raíces valencianas y ahora afincada en tierras aragonesas, publicó una magnífica edición de la novela. Escribe el prólogo Manuel Aznar Soler y yo me encargo del epílogo. Orgullo a tope.

Nunca había estado en Tolosa. Ahora llegaba para participar en la presentación de una historia llena de vidas y de sitios, de lenguajes mestizos que son a veces una marca extraña de los lenguajes literarios del exilio, de aventuras que tienen como protagonista principal a una mujer que ha de enfrentarse a sus competidores hombres, como en algunos westerns memorables. Decía Walter Benjamin que la mejor manera de conocer una ciudad es perderse por sus calles y sus plazas. Antes de que Izaskun Ruiz Guilarte, hija de la escritora, y Manuel hicieran de guías con oficio, tuve la oportunidad de perderme un millón de veces y ya sería capaz de dibujar el callejero de Tolosa y de pedir empleo en el departamento de Turismo del Ayuntamiento que dirige Olatz Peón Ormazabal, su alcaldesa. Recordé los versos, para otra ciudad, de mi querido y admirado Harkaitz Cano: «… en estas calles caminar y ser feliz / son la misma cosa». Lo mismo que visitar el Centro Internacional del Títere: una pasada, algo difícil de contar, un recorrido por la magia de unas vidas que se mueven como si nadie tirara de los hilos, que te miran, entre la bruma luminosa a veces de lo monstruoso, como King Kong miraba a la chica de sus sueños antes de que los aviones de guerra lo ametrallaran en lo más alto del Empire State Building, en la ciudad de Nueva York.

Los libros también son las voces que nos hablan de ellos. Por eso fue un gozo grande, un lujo asiático, compartir la mía con las de Izaskun y Manuel, y con las de Susana Koska y Garbiñe Biurrun Mancisidor, cuyas columnas leo con vocación devota en elDiario.es. Años que no veía a Susana, desde que anduvimos con su película Mujeres en pie de guerra por mil sitios y en todos se quedó un pedazo hermoso de esta mujer que no sabe de cansancios y aún infinitamente menos de derrotas de ninguna clase. Saludó oficialmente la alcaldesa a un auditorio que se sumaba entusiasta a nuestros relatos lo mismo de entregados a la causa. Acompañar un libro, propio o ajeno, es para mí la maravillosa posibilidad de descubrir felizmente gente a la que no conocías y, sobre todo, de volver a abrazar a quien no veías desde hacía siglos. Ahí el reencuentro con mi imprescindible camarada Josu Chueca y conocer a Joxerra Zabala, y con ellos el curro que se pegan, junto a una amplia nómina de colegas, en Amaika Bide Elkartea, una Asociación que tiene un objetivo fundamental: recuperar y difundir la memoria y el patrimonio cultural de «los distintos exilios» que ha sufrido el pueblo vasco. «Han sido largos años de morderse / los puños y la lengua…», escribió esa inmensa poeta vasca que fue Ángela Figuera Aymerich. Ahora ya no. Ahora andamos a puñetazo limpio contra el óxido azufroso del olvido. A puñetazo limpio.

Después llegó la noche, «aquella noche fría», como cantaban los de Fórmula V en mis años mozos. Y la despedida. El pequeño restaurante Ama, en el casco antiguo de Tolosa. Allí la cocina con alma de Javi y Gorka, las raíces de una tierra que aman como si cada palmo de esa tierra les hablara con la voz de una memoria rabiosamente insobornable. Entre los numerosos platos, llegó el turno de los salmonetes y con ellos un relato que parecía sacado del género fantástico. La buena compañía es importante para una cena placentera. Pero lo mejor para disfrutar de un suculento salmonete es, en el recitado de Javi, la confluencia entre el salmonete y la luna llena. A partir de esa noche tolosana, siempre que el astro nocturno esté en su plenitud romántica, lo que me vendrá a la cabeza no serán las balas de plata y el hombre lobo, sino la imagen de un pobre salmonete rabiosamente enamorado post mortem de la luna.

Algún día volveré a esta ciudad que hasta ahora desconocía. Para hacer de guía turístico o para lo que sea. A estas alturas de la vida ya nada es imposible porque sabes que los sueños, se cumplan o no y como decía Calderón de la Barca, siempre serán sueños. Nada más que sueños. Y nada menos.

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