la columna

Teatro, más allá de Madrid

Miguel Ángel Villena

Miguel Ángel Villena

Hace unos cuantos años un compañero de periódico, andaluz por más señas, pronunció una sentencia categórica en medio de la redacción: "Cuando nieva en Madrid, ha nevado en toda España; si no nieva en Madrid, no ha nevado en ningún sitio". Aquella rotunda frase, pronunciada por un colega de la periferia, sigue resumiendo la óptica de la mayoría de los medios de comunicación entre lo que pasa en la capital y aquello que ocurre en el resto del país. Sirve la afirmación tanto para la política y la economía como para la cultura, la sanidad o los deportes. Así pues, resulta un poco desalentador que, después de cuatro décadas de democracia en un Estado que en la práctica es casi federal, la mirada hegemónica comience en la puerta de Alcalá y se detenga en los límites de la M-30. Una mezcla de resabios centralistas de otra época (cuando se hablaba de Madrid y provincias); grandes dosis de pereza a la hora de conocer un país tan plural; el ahorro en las inversiones (siempre será más barato enviar una cámara a una plaza cercana que a una ciudad lejana); algunas ideologías que azuzan el miedo al diferente y, por último pero no menos importante, la identificación de Madrid con España (¿les suena?) acaban por dibujar un panorama que confirma aquella sentencia sobre la nieve.

Vienen estas reflexiones a cuento de la situación del teatro y sus protagonistas, que acaban de celebrar su día mundial y otorgan también en esta época los ya veteranos premios Max y los nuevos Talía. En estos últimos galardones, que concede la Academia de las Artes Escénicas por primera vez, resulta tan clamoroso el predominio de nominaciones de Madrid que profesionales de otras capitales han puesto el grito en el cielo. Baste decir, que 13 comunidades autónomas no han recibido una sola candidatura para los premios Talía y que la presencia de Cataluña o la Comunitat Valenciana queda reducida a unas cuotas insignificantes. Bien es cierto que la demografía siempre ha de contar en cualquier debate, pero cabría recordar que la población madrileña sólo supone la octava parte del total nacional. El director adjunto de Artes Escénicas de la Generalitat y responsable del teatro Principal y el Rialto valencianos, Roberto García, opina así en unas recientes declaraciones: "El problema es que casi somos invisibles. Basta ver un programa cultural de La 2. Cuando sale algo de teatro, siempre se centran en Madrid y en Barcelona. Es quizá lo más frustrante". Algunos gerifaltes culturales de la capital quizá podrán despachar estas críticas con el consabido tópico de que la periferia siempre llora y reclama más al centro. Ahora bien, ejemplos existen que muestran muy a las claras el centralismo de la política de teatro y su repercusión en los medios. Sin ir más lejos, los espléndidos y con frecuencia costosos montajes del Centro Dramático Nacional (CDN) o de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) apenas se representan fuera de Madrid. O sea, dinero de todos los contribuyentes para disfrute de unos pocos. Cabría preguntarse entonces si no respondería más a la realidad que estos organismos eliminaran la letra N de su nombre.