Delatores homenajeados

Javier Paniagua

Javier Paniagua

Las guerras no terminan cuando se firman los tratados de paz. Las posguerras pueden ser tan duras como el propio conflicto bélico. No hay más que leer el libro de Keith Lowe Europa. Continente Salvaje para conocer la tragedia de la posguerra de la II Guerra Mundial en los países que colaboraron o invadidos por la Alemana nazi. Los numerosos desplazamientos de comunidades duraron varios años después de 1945, como describe el escritor Primo Levi. Los judíos que se escaparon del Holocausto al volver a sus lugares de origen se encontraron con que sus propiedades habían sido incautadas. Todavía peor son las guerras civiles que pueden perdurar en la mentalidad colectiva siglos. Ahí tenemos el caso de la Guerra Civil de EE UU (1861-1865) donde todavía hoy rebrotan, en los 11 Estados de la Confederación, las pasiones bélicas, y hay una permanente reivindicación para eliminar estatuas y nombres de edificios públicos de personajes destacados defensores del Estado confederal, como del presidente confederado David Jefferson o del general Lee. Ocurrió lo mismo en Gran Bretaña con la figura de Cromwell que protagonizó la lucha contra la monarquía de Carlos I y estableció una especie de República. Cuando se reinstauró la corona se le desenterró de la abadía de Westminster y su cabeza, separada de su cuerpo, fue colocada encima del Parlamento.

Todavía, a pesar de los más de 85 años trascurridos, afloran las secuelas de la Guerra Civil española y del periodo franquista en que se exaltaron a las figuras destacas que lucharon en el bando autodenominado nacional, con aquellos «Caídos por Dios y por España», con los muertos en los campos de batallas o de la represión republicana durante la guerra. Los otros, los que lucharon por la República, fueron olvidados y en algunos casos vilipendiados. La posguerra también contribuyó a su persecución, y los delatores se prestaron a denunciar a aquellos que habían participado en algún partido político u organización sindical de la II República, o simplemente manifestaron su adhesión al bando republicano. Así lo tengo escrito, con Benjamín Lago, en el libro sobre la quinta columna en Valencia (Sombras en la Retaguardia. BHS, 2002) La Transición intentó superar el tema con la amnistía y armonizar a los bandos en liza. Pero el inconsciente colectivo, al que aludía el psicoanalista Jung, permaneció y salió a flote, sobre todo en muchos núcleos de poblaciones donde casi todo el mundo sabía de las peripecias ocurridas en sus pueblos o ciudades. Se intentó -y se sigue intentando- rescatar de las cunetas u otros lugares a los fusilados y los ayuntamientos dedicaron calles o plazas a los protagonistas defensores de la República. Hoy, por ejemplo, existe una en Valencia dedicada al alcalde anarcosindicalista Domingo Torres o al escritor anarquista Higinio Noja, y la mayoría de la gente no sabe quiénes fueron, aunque no ocurre lo mismo con Azaña o Indalecio Prieto. Pero en muchas familias queda el recuerdo de quienes denunciaron, en ambos bandos, a los partidarios de unos u otros. Como el franquismo duró unos 36 años desde 1939, los derrotados tuvieron más problemas y de ahí que muchos estuvieron escondidos décadas, para que nadie los localizara. Testimonio de ello han sido recogidos en distintos libros.

Las leyes de la Memoria Histórica o Memoria Democrática tuvieron su contrarréplica en ciertos partidos políticos por considerarlas contrarias al espíritu de La Transición. Los historiadores discutieron si era procedente atribuir el sustantivo Memoria al adjetivo histórica por cuanto algunos entendieron que la Memoria es algo individual y no colectiva. Sin embargo, comenzó un periodo de revitalizar a los perdedores y a los perseguidos del franquismo, en algunos casos con protestas. Se editaron trabajos de antropología oral en núcleos de poblaciones pequeñas contando los entresijos de la guerra y posguerra, que en algunos casos no se difundieron para evitar remover un pasado convulso.

Pero curiosamente, existen casos peculiares donde ambas leyes no han sido bien analizadas por gobiernos municipales de izquierdas, como ha ocurrido durante más de 15 años en Carcaixent. Allí se homenajeó desde el Ayuntamiento, tanto gobernado por el PP como posteriormente por el PSPV-Compromís, a Pascual Peralt Cogollos por su apoyo y dedicación al teatro amateur del pueblo. Este, en los primeros años del franquismo, denunció por escrito a Pascual Pérez Segura como no afecto al nuevo régimen, lo que le acarreó ser internado en un campo de concentración con trabajos forzados y destinarlo a un batallón disciplinario. Además, como denuncian sus hijos en un escrito al ayuntamiento, la Guardia Civil visitó su casa durante una década para averiguar su conducta. En el informe de los hijos se destaca que tal homenaje no debió ser apoyado por un ayuntamiento teóricamente de izquierdas que defiende la Memoria Democrática, (dura lex, sed lex) ni tampoco otorgar un premio oficial que lleve el nombre de Pascual Peralt. Otra cosa es que lo hicieran instituciones privadas. Consecuencias perniciosas ocurren no solo con la Ley del “Solo Sí es Sí”, también en casos como el de Carcaixent si no se tiene la sutileza jurídica suficiente para comprobar los efectos que tales acciones pueden suscitar en las familias de los agraviados.

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