La espiral de la libreta

El padre, el hijo y el espíritu Sanxenxo

Olga Merino

Olga Merino

Mi padre, que vino a nacer el mismo año que Juan Carlos I, ha vuelto al tabaco. Cigarrillos de liar, encima. Por más que le regañan, él sigue a lo suyo, encogiéndose de hombros, como si dijera «para lo que me queda en el convento…». Ambos son coetáneos, y puede que hicieran bastantes migas en cuanto a llaneza y cordialidad, lo que se dio en llamar la «campechanía». El caso es que, alcanzada la atalaya de la edad, la persona suele despojarse de la impedimenta y prescindir de filtros, tanto en el minué social como en las conversaciones. El anciano dice y hace lo que le viene en gana. Fumar, comer callos o acudir a las regatas. Ni las reprimendas ni las convenciones van con él. De manera que, en flagrante contraprogramación, el rey emérito acaba de recalar en Sanxenxo, por segunda vez desde su autoexilio en Abu Dabi. Zarzuela habría preferido posponer la visita hasta después de las elecciones del 28 de mayo.

En la escala londinense, fútbol y cena en el Oswald’s, un club exclusivo de Mayfair con una exquisita bodega, dicen. En cambio, el monarca no se ha visto con Carlos III, quien está en capilla para la coronación. En puridad, habría podido hacerlo, por cuanto se trata de un viaje privado y ambos son familia, primos lejanos, tataranietos de la reina Victoria, la del imperio inabarcable. ¿Habrán pactado por teléfono el desencuentro? ‘Please don’t come’. La situación es harto enrevesada.

Fuerzas centrípetas

Por un lado, el hijo, Felipe VI, trata de hacerle la respiración artificial a la institución, salvar los muebles para «un tiempo nuevo». Por otro, aunque ha dilapidado su prestigio con escándalos financieros y evasión de impuestos, el emérito constituye una figura histórica cuyos movimientos, aun privados, suscitan un vivo interés.

Confieso tener a veces un pensamiento cenizo, que se coloca siempre en lo peor, por autodefensa y porque se acierta bastante. ¿Qué sucedería si el padre del rey muere solo en Abu Dabi? El revuelo mediático sería antológico. Su abuelo, Alfonso XIII, falleció en Roma transterrado, tras la proclamación de la Segunda República. Revoluciones, escándalos, corrupción e invasiones han sellado el ‘fatum’ errante de los Borbones, ganado a pulso.

Tal vez saldría más barato tenerlo en casa, en un palacio de segunda, o en un chalé de la sierra de Madrid, llevando una discreta vida de jubilado, con sus escapadas a Galicia, hasta que se desinflamara el interés. Total, las causas se han archivado bien por insuficiencia de indicios, por prescripción de delito o bien por la inviolabilidad de que gozó. A veces, el camino más corto es el del medio.

Suscríbete para seguir leyendo