Un racista menos

Javier Paniagua

Javier Paniagua

Me han pasado un tuit donde el Valencia CF se lamenta de la muerte por infarto de un aficionado en Mestalla en el partido Valencia-Real Madrid. Y a continuación un tal Vini Sampaolizado apostilla: “un racista menos”. No he visto que la prensa de Madrid, que hace mucho caso a Florentino, denuncie esas manifestaciones. No se trata de justificar nada ni a nadie, y lo correcto es que no se produzcan insultos o cantos contra personas de color o sea cual sea su sexualidad. En efecto, han costado muchos años de sacrificios, cárcel y muertes conseguir la igualdad de hombres y mujeres como un derecho inalienable, sin discriminación por sexo, raza o religión. Faltaría más que ahora no defendiéramos los derechos humanos que proclamó la ONU en 1948, siguiendo la estela de los revolucionarios franceses de 1789. ¡Fuera racismo en todos los lugares y manifestaciones! Dicho todo eso hay que estudiar un poco más de psicología social y de sociología de las masas concentradas en un estadio de fútbol. Tiene razón Joan Carles Martí cuando comenta que quieren asimilar el fútbol a un teatro de Ópera.

Un entrenador como Guus Hiddink se negó a jugar cuando vio en Mestalla una pancarta con una esvástica, símbolo del racismo contra judíos, negros o gitanos, considerados de grupos humanos inferiores a los arios, que según ellos eran los alemanes puros, descendientes de los indoeuropeos, superiores a otros pueblos que no tenían la mismas capacidades intelectuales. En todo caso, existían razas intermedias, como los árabes, chinos o mediterráneos, que podían alcanzar determinadas cualidades sin superar a los arios alemanes. Las teorías pseudocientíficas de las diferencias raciales se extendieron en el siglo XIX, y el francés Gobineau las divulgó en distintos escritos. Desde el siglo XVIII hubo un movimiento antiesclavista en Inglaterra y José Antonio Piqueras lleva investigando el mercado de esclavos y cómo hizo ricas a muchas familias que hoy son honorables, como los Güell, el Marqués de Comillas en Barcelona, o los antepasados de Rato, así como varias fortunas de valencianos (léase “Negreros”, Catarata, 2021). Hasta 1886 la trata de negros en Cuba no fue abolida. Y hoy se especula que el asesinato de Prim, de la revolución Gloriosa de 1868, fue promovido por los intereses de los esclavistas. Muchos ingleses, por ejemplo, son racistas a su estilo. Admiten los mismos derechos para las personas de color y consideran que pueden desempeñar cualquier cargo en la estructura productiva o académica con igualdad de rentas, pero que no vayan a vivir en sus barrios. En varios estados de EE. UU. se ha practicado esta misma política, aunque los 11 de la Confederación, partidaria de la esclavitud, perdieran la guerra contra los Federales presididos por Abraham Lincoln (1861-1865). Por lo general en Europa las clases medias o trabajadoras tampoco quieren que árabes o gitanos vivan cerca de sus casas. La inmigración ha hecho crecer, entre otros factores, a fenómenos como Le Pen o Vox en España. Hoy la multiculturalidad está en debate y más que racismo existe rechazo al pobre, al diferente, pese a que ya desde el Imperio Romano, hubo invasiones de los “barbaros”, lo que suscita lo que la profesora de ética, Adela Cortina, y compañera de curso, califica, como un gran descubrimiento fenomenológico, de 'Aporofobia'.

En España no existe un racismo estructural y somos uno de los países de mayor integración social a pesar de los gritos en los campos de fútbol. La mayoría de los que gritan “mono”, “negro”, “cabrón” o “hijo de puta” no son racistas. En los pueblos siempre se han puesto motes a sus habitantes. A mí, mis alumnos me llamaban “sopitas”, por lo de Paniagua, pero lo admitía como una realidad de sociología colectiva. Hoy el fenómeno del fútbol es un tema de investigación porque es tal vez lo más global que existe. Tengo dicho que es la gran aportación de la clase obrera a la cultura universal, en la línea del novelista inglés Alan Sillitoe en “Saturday night and Sunday morning” en los años 50, llevada al cine por el director Karel Reisz. En la psicología social se estudia como las masas necesitan espacios para desahogar los elementos irracionales de la mente y el cuerpo. Y está bien que penetre la educación para evitar esas imprecaciones y se tomen medidas. Pero ¡Cuidado! no exageremos y sepamos llevarlo a unos términos razonables. Recuerdo que Felipe González cuando algunos diputados se insultaban decía que era mejor que nos pegáramos allí que en la calle, como ocurría en los años 30. A ver si ahora vamos a condenar a la silla eléctrica o cadena perpetua por cuestiones como esta. ¿Por qué unos insultos parecen adecuados y otros no? Entiendo la sensibilidad de las personas de color, pero en todos los equipos españoles y europeos juegan, y se meten contra ellos como contra el árbitro y no organizan una campaña internacional. También los políticos llaman comunistas o fascistas a sus adversarios, según proceda. El Real Madrid debe asimilar el 4-0 del Manchester City en la Champions, como el Valencia el temor de bajar a segunda. No voy a llamar violadores a todos los brasileños por Alves. Vayan a los campos de fútbol europeos y oigan. Y ahí está la civilización occidental, incluso los premios nobeles cuando van al campo.