Ágora

Peter Pan y las urnas

Susana Fortes

Susana Fortes

Estos días me acuerdo mucho de un amigo de mis tiempos de Londres. Un tipo brillante, divertido, fantasioso, un punto irresponsable, con un sentido del humor muy british que siempre lo salvaba de cualquier atolladero. O casi siempre. Mi amigo era hípster. Digo era, porque ahora ya no lo es tanto. Según el escritor Robert Lanham, los hípster son gente joven que lleva un corte de pelo como de los Beatles, ropa por lo general extravagante, no se separan de su portátil y siempre están leyendo una biografía del Che Guevara aunque en general la política les importa un rábano y no se sienten aludidos por nada de lo que ocurre a su alrededor.

Cuando en 2016 se celebró en el Reino Unido el referéndum del Brexit, mi amigo como de costumbre no se sintió concernido por la consulta. Se pasó el día de picnic en Kensigton garden, haciendo su homenaje particular a la estatua de Peter Pan. El populismo de la ultraderecha inglesa alentado desde los sectores económicos más rancios no le parecía un peligro real. Fue uno de los varios millones de ingleses que no acudieron a las urnas aquel 23 de junio.

Apenas tres meses después, en septiembre, me llamó consternado desde la estación de Paddington sin poder creer que su país hubiera llegado en tan poco tiempo a un nivel de descomposición interna, de corrupción política y de riesgo económico tan bestia. De buenas a primeras aterrizó en el mundo real, más pobre, confuso, con los servicios públicos desmantelados y al borde de la debacle personal. Y aún faltaba por llegar la pandemia.

La primera vez que voté, en las elecciones del 82, lo hice en vaqueros y con una camiseta de Siniestro Total. Con poca sensatez, pero con muchas ganas. Desde entonces no he fallado a ninguna cita, cada vez con más edad, con menos convicción, con más o menos cansancio. Pero este 23J en mi casa se pondrá el despertador a las siete de la mañana para ir a las urnas.

La posibilidad de que el Partido Popular ceda su espacio a la extrema derecha radical no es una hipótesis. Es un hecho constatado, que nos lo digan a nosotros. No me refiero al incordio de que nos gobierne un partido más o menos conservador. Sino a que tengan las riendas del país los nostálgicos del fascismo, los que están en contra de que una familia pueda dar sepultura digna a sus seres queridos; los que, con más de mil mujeres asesinadas, niegan la existencia de la violencia machista; los que no reconocen el derecho de cada cual a la orientación política, vital o sexual que le venga en gana; los que pretenden ilegalizar a partidos políticos democráticos en nombre de la unidad de España; los que extienden bulos y sintonizan con las aventuras golpistas de Trump y Bolsonaro. Ésos.

Erri de Luca decía en uno de sus poemas que de vez en cuando era bueno recordar en voz alta las cosas que consideramos un valor, por ejemplo «ahorrar agua, llevar a reparar unos zapatos, acudir a un grito de auxilio, pedir permiso antes de entrar…». Mantener la educación en el debate político también es un valor. Y lo es intentar vivir en ciudades sostenibles, y enamorarse de la reina de Saba sea cual sea su género, y ayudar a los que no se ven con fuerzas para salir adelante y saber dónde está el norte en una habitación. Y sobre todo, distinguir las líneas rojas que jamás se deben traspasar en la convivencia.

El Peter Pan que todos llevamos dentro está muy bien para tomarnos unas cañas con los amigos, pero en la vida real conviene saber qué encrucijadas son determinantes, por la cuenta que nos trae.