tribuna

¿Existe un coeficiente intelectual para políticos?

Javier Paniagua

Javier Paniagua

Uno de los temas que enseñan en las Facultades de Psicología es el estudio de la inteligencia. Me cuentan mis colegas que existe un debate, que viene de lejos, sobre si existe una inteligencia básica única, o si por el contrario, vale la propuesta, en los años ochenta, de Howard Gardner, profesor de Harvard, (Inteligencias Múltiples, 1983, Premio Príncipe de Asturias en 2011). La inteligencia tiene diversas ramas que hace que tengamos habilidades intelectuales distintas según categorías. Como tengo mis prevenciones, -prejuicios injustificados-, sobre los psicólogos, ya que están entre la ciencia y la retórica, de tal manera que algunos utilizan métodos de análisis basados en la experimentación y sacan conclusiones estadísticas, mientras otros especulan sobre la naturaleza del comportamiento humano. De broma, y con la confianza de mi interlocutor que se declara psicólogo, le enseñó la palma de mi mano para que, como la gitana de los cuentos, me averigüe el porvenir. No se lo toman a mal pero piensan que desprecio cuanto ignoro. Y tienen razón.

Me pasa lo mismo con mi profesión de historiador sobre la que algunas veces pienso que es un género literario, con sus técnicas archivísticas a las que se incorporan en algunos casos modelos matemáticos que dan empaque a las afirmaciones e interpretaciones expuestas. Eric E. Hobsbawm, afiliado al PC británico, a quien conocí en Londres y me ayudó en mi tesis doctoral, me explicaba en un tono distendido que existe buena y mala historia según la capacidad de exposición. Pero además he de agradecer que el Estado Español me haya reconocido 48 años de servicios como funcionario para investigar, estudiar y enseñar Historia, un estado benefactor que dedica recursos a pagar nóminas a los historiadores. Para mí es un gran avance de la Humanidad que me ha permitido, incluso, comprarme a plazos un automóvil eléctrico. No suele darse en muchos países como Malí, Níger, Uganda, la antigua Birmania, actual Myanmar, Bangladés o Afganistán. No conozco a ningún historiador, por ejemplo, del Yemen, a no ser que haya estudiado previamente en Europa o América. Deberían tenerlo en cuenta los economistas para clasificar los países según su nivel de desarrollado. Es verdad que también hay dados de alta en la SS o en Muface otras profesiones que reciben el estipendio del Estado, entre ellos los psicólogos. Incluso es tan benefactor este Estado que paga a quienes se licencian o gradúan como pedagogos y adquieren una plaza de funcionario. Y no entiendo cómo algunos de estos profesionales propugnan fórmulas revolucionarias que socaven las estructuras del Estado moderno. Como máximo se puede llegar a ser socialdemócrata, y ya es demasiado.

Si la tesis de Gardner es verdadera, porque no todos los especialistas la aceptan, no existiría una inteligencia única, sería múltiple. Tendríamos capacidades diferentes según nuestra naturaleza. Algunos niños son muy buenos para aprender idiomas o correr en una pista. Así, tendríamos ocho tipos de inteligencia: lingüística (capacidad para usar el lenguaje); musical (para interpretar y mantener un ritmo); lógica-matemática (razonamiento y cálculo); corporal-cinestésica (facilidad para expresarse con el cuerpo, como bailarines o deportistas); espacial (interpretar y actuar sobre el entorno); intrapersonal (conocimiento de uno mismo); interpersonal o relacional (entenderse con los demás y captar su interés); naturalista (aprehender la naturaleza y sus especies). Y tal vez podrían añadirse otras más. ¿La inteligencia política? Tal vez cabría dentro de la relacional, teniendo en cuenta que actuar en política supone habilidades inespecíficas que depende de la aceptación de la ciudadanía, donde las coyunturas influyen de manera determinante, pero también la imaginación para resolver problemas sociales o particulares. Sería, no obstante, difícil elaborar un test para determinar si los políticos tienen un coeficiente específico, al igual que puede determinarse si existen rasgos que evidencian una sicopatía. No estaría mal que se encontrara una fórmula para establecerlo y ahí los psicólogos sociales tienen un campo amplio para la investigación. Existen factores disruptores, pueden ser buenos en la articulación del lenguaje, como esos vendedores de ferias que cantan: «señora, no se lo doy ni por 100, ni por 80, ni por 50, solo por 25, aproveche esta oportunidad» pero tal vez poco hábiles para encontrar soluciones. Los que saben dar con mucho empaque las gracias, pero después practican la censura, cortando la libertad de expresión. En todo caso y a primera vista la aceptación de los ciudadanos es una premisa clave. Aquí, en la Comunitat, podría comenzar el experimento.

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