tribuna

Mbappé y Feijóo

Javier Navarro Navarro

Javier Navarro Navarro

En las últimas semanas vienen coincidiendo dos fenómenos en los medios de comunicación. Uno, como las toallas y los chiringuitos de playa, se repite puntualmente todos los veranos: el «mantra» informativo de la posible llegada del futbolista francés Kylian Mbappé al Real Madrid. A este trágala se suma este año otro de parecidas características, impulsado por la inmediatez de la marea electoral. El de Feijóo, presidente. A la hegemonía mediática madridista se añade aquí la irrefutable de la derecha, creadora del sentido común, los mitos, relatos y temas de la agenda política y mediática en España. No sé si como resultado de la calentura y el sopor veraniegos, empiezo a imaginar que un oculto vínculo une secretamente ambas empresas. Feijóo será presidente del gobierno, o España no será.

Es esta última una campaña destinada a convertir al político gallego, antaño cómodamente confinado entre los muros de su Galicia natal, en un estadista de talla nacional, europea y mundial. Para ello, en ocasiones hay que imponerse casi en un esfuerzo sobrehumano al propio Alberto Nuñez Feijóo. Como cuando en un ejercicio que le hubiera supuesto a cualquier otro un suspenso en geografía patria, ha ido confundiendo prácticamente todas las comunidades autónomas y localidades de la piel de toro con sus vecinas. O cuando apuntó a la celebérrima novela de George Orwell, 1984, tomando el título de la misma como su supuesto año de publicación. Son los problemas de tocar de oídas y leer las notas que te preparan sin saber. Puestos, me quedo sin dudarlo con las impagables construcciones discursivas -incomprensibles por supuesto- de un Mariano Rajoy ya a medio camino entre Luis Ciges y Antonio Ozores.

Volvamos a Feijóo. El supuesto «neno de aldea» (con entrañable video de campaña y relato originario a medida), y antiguas amistades peligrosas aparte, es ahora ya un gran estadista al que hay que dejar gobernar. Las encuestas -ya no informativas sino cada vez más performativas- insisten una y otra vez en ello, colocándonos en un futuro escenario repetidamente anunciado y anhelado. Y si para ello, la derecha llamada «tradicional» ha de vestirse con las galas de la extrema derecha global, adelante. Sea bajo la forma del famoso metralleo de mentiras en un debate electoral, las alianzas con la ultraderecha para el gobierno de la Comunitat Valenciana, Extremadura, etc., o la denuncia avanzada del posible fraude electoral con el voto por correo y que recuerda tanto a las estretegias de Trump. La mentira es la nueva verdad. Más eficaz. Y más barata.

No es en absoluto algo nuevo. En la década de los treinta, esa derecha tradicional se «fascistizaba» en un clima de auge y fascinación por el fascismo; ahora lo hace al calor del éxito de esa extrema derecha en el mundo. Ya lo vio ese peculiar Steve Bannon a la española, Miguel Ángel Rodríguez, creador del fenómeno Ayuso, convertida desde hace tiempo en heroína trumpista y sueño húmedo de la derecha española. No nos engañemos: Abascal, el líder de la ultraderecha patria, fue un obediente dirigente del PP hasta que la ola cambió. Los «chicos» de Vox, como los jóvenes falangistas de antaño, son los hijos descarriados y algo ebrios de una derecha desinhibida, con el viento internacional a favor. Es el tipo de derechas que, tras unas copas de más en la barra del bar, se quita la corbata, se viene arriba, profiere insultos contra Perro Sánchez y el coletas, tararea el Cara al Sol y le toca el culo a la camarera. Pero al llegar a casa después de esa noche pasada de rosca estarán sus padres del PP, que le perdonarán sus pecadillos -este hijo mío…- y le dejarán dormir la resaca. Todo el mundo tiene derecho a divertirse. Son unos consentidores... «Mañana tenemos comida todos en el Club Náutico». A lo mejor el problema son los padres, ¿no?

Este argumento tiene un problema: también pensaba eso la derecha alemana de los nazis. Pero estén tranquilos. Una vez llegue el gran estadista al poder, no habrá que preocuparse. Se recuperarán la lealtad patriótica, la razón, el sentido de Estado, el sentido común y todos los sentidos posibles. Estos últimos, no lo duden, nos harán falta al resto de los mortales.