tribuna

Democracia no es un concepto vacío

Ana María Cervera

Ana María Cervera

El Premio Nobel de Física Albert Einstein, exiliado forzosamente en Estados Unidos ante el avance del nazismo en su país natal, publicaba en 1931 el ensayo El mundo como yo lo veo. Su reflexión, singularmente filosófica proviniendo de un científico, no dejaba de ser, a la vez, humana, social y justa: «¡Qué extraña suerte la de nosotros los mortales! Estamos aquí por un breve período; no sabemos con qué propósito…Pero no hace falta reflexionar mucho para saber, en contacto con la realidad cotidiana, que uno existe para otras personas». Y por ello, en consecuencia, afirmaba que: «Mi ideal político es la democracia. Que se respete a cada hombre como individuo y que no se convierta a ninguno de ellos en ídolo».

Asentados en el siglo XXI, en el que nos otorgamos el título de primer mundo y damos por hecho la existencia de sociedades libres, seguras y abiertas, podría parecer baladí la defensa de un concepto, democracia, que tiene sus orígenes en la Grecia clásica, y seguramente aún en sociedades primitivas anteriores; que nos evoca un sistema, el «gobierno del pueblo», que desde la Ilustración y su consolidación en el siglo XIX encarna unos valores superiores: libertad, respeto de los derechos humanos y el principio de celebrar elecciones por sufragio universal.

Con estas premisas, y en la actualidad, ¿Por qué es necesario celebrar cada 15 de septiembre el Día Internacional de la Democracia, establecido por Naciones Unidas desde 2007? ¿Es necesario que recordemos que la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que «la voluntad del pueblo será la base del autogobierno»?

¿Hace falta recordar que no se mata, no se tortura, no se puede impedir la libre expresión? ¿Es preciso afirmar que no se puede impedir amar? ¿Necesitamos reivindicar que nada ni nadie puede impedir reconocerse como persona, en el género o libre elección que cada uno sienta? ¿Necesitamos en 2023 recordar que somos diversos, cambiantes, libres en el diálogo o incluso en la confrontación de ideas para, con todo ello, convivir?

La respuesta es sí. Es necesario recordar en cada momento, en cada país, en cada grupo humano, que democracia no es un concepto vacío, sino una palabra sentida que debe unir, definirnos y buscar en ella las claves para entendernos y dignificarnos en cada uno de los aspectos de la vida individual y colectiva.

En agosto de 2022, Michele Bachelet, Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, denunciaba que en 2021 el nivel de democracia que una persona media podía disfrutar en el mundo se había reducido a niveles de 1989, lo que suponía que los logros conseguidos en los últimos 30 años se habían reducido en su mayor parte. Y un dato más alarmante: hace un año, casi un tercio de la población mundial vivía bajo regímenes totalitarios y el número de países oscilando hacia el autoritarismo era tres veces superior al de países que buscaban la democracia.

Así, mientras los retos definidos por el Objetivo 16 de los ODS van enfocados a la protección de las instituciones democráticas, los ataques contra el estado de derecho se afirman en Asia Central, Europa oriental y parte de América Latina, a la vez que corrientes de ideología totalitaria se extienden contra los medios de comunicación y las instituciones nacionales de derechos humanos. La desinformación es utilizada como herramienta por gobiernos autocráticos para moldear la opinión dentro y fuera de sus fronteras, alimentando discursos de odio que debilitan, en palabras de Bachelet, «nuestra humanidad compartida».

De modo que, efectivamente, es necesario seguir afirmando la plenitud del concepto democracia. La revista británica The Economist en su edición de 2022 de los Índices de Democracia Global, señalaba que solo 24 países del mundo han sido calificados como «democracias plenas», lo que representa el 8% de la población, a la vez que mostraba a nivel global un estancamiento que los expertos no esperaban, confiando que después de la pandemia más naciones encontrarían estabilidad democrática. Pero no es así, y se calcula que el 37% de la población mundial vive bajo un régimen autoritario.

Desde Fundación por la Justicia, en su día a día y en los principios que inspiran su larga trayectoria, se trabaja por sensibilizar en que solo en las sociedades cimentadas en el respeto a los otros, a sus derechos, a sus creencias y a su participación, se alcanzará la convivencia pacífica, la igualdad y la justicia. Se trabaja por defender unos valores que hacen de la democracia un concepto pleno, un concepto justo.

Recordando, todos los días y también el 15 de septiembre, que el gobierno de todos es el sentimiento de pertenencia de cada uno; sin fisuras, sin claroscuros. En tan gran medida que, incluso como afirmaba Paul Auster, «para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión».