viento albornés

Verde no es un color

F. Javier Casado

F. Javier Casado

No es necesario pintar ni plantar lo verde, basta crear un espacio distinto, como hace Antonio Machado: Campo, campo, campo. / Entre los olivos, / los cortijos blancos. Ramas del olivar para la paloma de la paz y para el camuflaje de guerra. Y si la UE es un jardín verdecido, al decir de su alto representante en asuntos exteriores, Josep Borrell, no es menos verde la selva que lo acecha. Por ello el verde es mucho más que un color (locus amoenos) y un color imborrable en la agenda mundial de la política y la economía, en los movimientos sociales o por supuesto en el terreno educativo, académico e investigador. Lo es en la gobernanza europea y en la española, dotando todo ello de enorme interés al reconocimiento de la ciudad de València, tercera del reino por habitantes, como capital verde europea en el ya cercano año de 2024, imponiéndose en la final a la italiana Cagliari, tras haber sido capital mundial del diseño.

La urbe valenciana fue reconocida por su compromiso con la sostenibilidad en un horizonte marcado por el año 2030, lo cual obligó al consenso del anterior gobierno del Rialto, integrado por Compromís y PSPV, con el principal partido de la entonces oposición, el PPCV, para ser una candidatura fiable ante los siempre posibles vaivenes políticos democráticos. Por ello, sin entrar en los primeros cien días del gobierno de la alcaldesa María José Catalá en el Ayuntamiento, ni en sus mil y un anocheceres, nos parece percibir cierto recelo de la primera regidora hacia la oposición de la calle Convento de san Francisco, quien según sus portavoces, el ex alcalde Joan Ribó y la ex vicealcaldesa Sandra Gómez, lógicamente desea que esa distinción verde, tan útil en su día para la ciudad de Vitoria, con gobierno entonces del PP si no recordamos mal, mantenga también las líneas emprendidas.

Dice Catalá que durante el anterior gobierno popular de la ciudad del Turia se hicieron más metros cuadrados de jardín que con sus sucesores de las izquierdas, sin entrar en que gobernaron el triple de años y sin comprender plenamente que lo verde no son hectáreas de parques, sino un elenco extenso, que parte de los elementos clásicos de la naturaleza -agua, tierra, fuego y aire- hasta los que nos han descubierto la ciencia y la vida modernas, con jinetes del apocalipsis como las partículas de contaminación, los ruidos enervantes, las pandemias víricas, los olores nauseabundos y tanto como tapan los botafumeiros negacionistas. Algún día entenderemos cuan absurdo es compartir nuestro espacio con todo tipo de vehículos contaminantes y peligrosos que dejamos en los garajes de nuestras casas o en las calles, como hoy nos extraña que antaño las viviendas tuvieran enormes puertas para carruajes y los caballeros conviviesen con sus caballerías. Es evidente que hay disensos en ebullición: el derribo del hotel cerrado en El Saler, las supermanzanas, los túneles automovilísticos, las plazas peatonales, el delta verde del Grao, el PAI-Benimaclet, los carriles-bici o el muro verde de la plaza del Ayuntamiento. Cuestiones que sin duda precisan de una colaboración entre partidos para mostrarnos ejemplares ante Europa y no como una jaula de grillos que sólo busca éxitos cortoplacistas para los responsables de turno. Y, pese a todo, existen cuestiones verdes que aparecen poco o nada en el debate público, pero sobre las que cabe decir muy claro y no muy alto: València es una ciudad con una contaminación acústica y del aire insoportable durante casi todo el año, aunque sólo se discute sobre las famosas zonas ZAS y la hostelería; así mismo hay un segundo aspecto, el tocante a la señalética, tanto pública como privada, que simplemente habita en el caos o no habita. Pero son temas para tratar con rigor alrededor de la próxima capitalidad verde de la UE. Merece la pena el esfuerzo y es vital para la ciudadanía.