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El sabor de la política

Fernanda Escribano

Fernanda Escribano

Amargo, salado, ácido, dulce y el umami. El quinto sabor. «Aún me sigo preguntando qué probabilidad había de que todos los ingredientes de la vida se unieran y se convirtieran en un sabroso bol de ramen. Sí, son todas esas cosas las que forman el umami». Son palabras de la reflexión final que hace el chef Gabriel Carvin, interpretado por Gérard Depardieu, en El sabor de las cosas simples. Una película cálida en la que Carvin, el mejor chef de Francia, viaja hasta Japón para encontrar a otro chef que cuarenta años atrás le había ganado en un concurso de cocina con una sopa de ramen. Buscaba conocer la esencia de este sabor. Una película que muestra cómo, en ocasiones, lo importante está en las cosas sencillas.

La política como ciencia llamada a resolver grandes y pequeños problemas, conducir los destinos de la sociedad y procurar un ejercicio legítimo del poder, también tiene sus propios sabores. Pero, ¿existe un umami de la política? ¿Hay una quintaesencia?

No es fácil definir lo político en sí mismo sin recurrir a otros ámbitos como pueden ser la economía, la sociología o el derecho. La teoría política ha venido dando muchas aproximaciones.

Pero si hay alguien que intentó dar con esa definición esencial fue el filósofo Carl Schmitt en El concepto de lo político. Lo hizo a través del análisis de diferentes categorías desde el antagonismo.

«Se puede llegar a una definición conceptual de lo político sólo mediante el descubrimiento y la fijación de las categorías específicamente políticas (…) Admitamos que en el plano moral las distinciones de fondo sean bueno y malo; en el estético, belleza y fealdad; en el económico, útil y dañino o bien rentable y no rentable».

A partir de ahí concluye que la distinción que define conceptualmente a lo político es la de amigo-enemigo, entendiendo enemigo en un sentido público, donde la guerra sería el escenario extremo de la política. Desgraciadamente, todavía hoy hablamos de guerras.

Quedándonos en el ejercicio de la política en las democracias -entendida ésta como el espacio de la decisión, de la ejecución de lo político-, la práctica pone de manifiesto que puede hacerse desde el conflicto o la concordia. Que se puede predicar para la confrontación o el acuerdo. El sabor de la dialéctica también importa.

Qué duda cabe que la controversia electoral es necesaria. Sin elecciones periódicas, competitivas y garantizas no hay democracia. No se trata de cuestionar la competición entre partidos, la discrepancia entre planteamientos. La reflexión es si ésta se hace en términos de rivalidad o de enemistad.

La pregunta es si estamos ante un ejercicio de la política en términos schmittianos.

No deja de ser curioso que en octubre de 2023 la agenda esté protagonizada por octubre de 2017. Probablemente, porque aquel fuera el año que marcó el punto álgido de esta dicotomía. Cataluña ocupaba la actualidad. Cataluña sigue ocupando la actualidad.

En marzo, el expresident de la Generalitat, Artur Mas, era inhabilitado por la consulta independentista del 9N. En julio, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, declaraba como testigo en el caso Gürtel. En septiembre, el Parlamento de Cataluña aprobaba la Ley del referéndum -posteriormente sería suspendida por el Tribunal Constitucional- y el ejecutivo intervenía por primera vez a una comunidad autónoma.

En octubre, referéndum independentista por un lado y una gran manifestación en Barcelona contra la independencia por otro. El día diecisiete los Jordis entraban en prisión. El veintisiete el Parlament declaraba la independencia. El Senado apoyaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución y el Gobierno destituía a Puigdemont y al Govern. En noviembre, volveríamos a ver aquella película de Berlanga.

Es evidente que todo aquello había comenzado mucho antes. Pero, sin duda, aquel año nos marcó políticamente para mucho tiempo. El fetiche independentista -fabricado por un nacionalismo que había pasado de la narrativa a la realidad- y las pocas ganas de dialogar desde la otra orilla, tensionaron la política como nunca antes había ocurrido en democracia.

La dicotomía amigo-enemigo estaba en la política y en la sociedad.

No sabemos si seremos capaces de dar con el umami que nos ayude a superar el sabor amargo de aquel 2017. Intentarlo desde la responsabilidad, es legítimo. Probablemente no exista la quintaesencia de la política, pero hay diferentes formas de ejercerla. El reconocimiento de las diferencias y una práctica basada en la rivalidad frente a la enemistad, pueden ser una aproximación.