Bolos

Jerusalén

Jerusalén

Jerusalén / Oren Ziv/dpa

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

En la cresta del Monte de los Olivos se contempla la cuna de la civilización. Sobresale la dorada Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa que forman el complejo de la Explanada de las Mezquitas. En medio, el Muro de las Lamentaciones. Al oeste se divisan la iglesia luterana del Redentor, la catedral armenia de San Jaime, la católica de San Juan Bautista y la basílica del Santo Sepulcro. En poco más de dos kilómetros de perímetro, en la ciudad vieja de Jerusalén sobreviven sus cuatro barrios -musulmán, judío, cristiano y armenio-, ajenos al trajín de siglos de tragedias en nombre de cada una de las tres grandes religiones monoteístas. Una ciudad declarada santa pese a sus muchos mártires enterrados en los distintos cementerios de cada doctrina. La mezcla de identidad con la fe eterniza los conflictos e impiden las salidas negociadas.

Tel-Aviv se ha convertido en Los Angeles del Mediterráneo, mientras Beirut pagó con su destrucción el intento de ser la capital laica de Oriente Próximo. Damasco, Amán y El Cairo pasaron de la gratificante hospitalidad árabe a la hostilidad con el diferente. Del ejemplo cívico de la antigua Mesopotamia entre el Tigris y Éufrates nada queda, como sabe muy bien Narges Mohammadi, la incansable periodista iraní que lucha contra la opresión de la mujer en su país, sin olvidar la promoción de la libertad y los derechos humanos. Las cercanas dictaduras arábicas dominan la economía mundial, y enfrente de las playas de Gaza la dividida Nicosia demuestra que Europa puede dar pocas lecciones, como confirma la crisis migratoria en Atenas y Roma.

En la ladera del Monte de los Olivos está el histórico cementerio judío con más de 150.000 tumbas, y en la bajada es fácil cruzarse con un palestino con su moto cargada de souvenirs, incluidos pins con la bandera de la Estrella de David y la típica kufiya palestina. Antes de entrar en la iglesia de la resurrección de Jesús de Nazaret, una pareja de jóvenes militares hebreos pasean por las estrechas calles de la ciudad vieja acariciando su Tavor, el más moderno fusil de asalto.

El significado etimológico de Jerusalén es ‘ciudad de la paz’ y al menos, de momento, sigue en pie después de tres mil años.

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