VIENTO ALBORNÉS

Milei no es de ley

Javier Milei.

Javier Milei. / EFE

F. Javier Casado

F. Javier Casado

A veces el hartazgo ante la reiteración de una misma mentira o verdad disfrazada te alcanza y es lo que nos sucedió hace pocos días frente al televisor cuando por enésima vez pronosticaban como favorito para las elecciones argentinas a Javier Milei, un mentecato que hasta niega los crímenes de la dictadura, aludiendo a encuestas que no detallan y especulando sobre si ganará en primera vuelta o repitiendo de paso ad nauseam los videos con sus mejores peroratas populistas de ultraderecha; por lo que un servidor, que sigue laboriosamente la política internacional, no puede entender que tales certezas salten a los medios de comunicación de masas, máxime cuando las diversas fuentes de crédito consultadas esos días destacaban que había tres candidatos en una horquilla de votos relativamente pequeña y por tanto muy cercanos entre ellos porcentualmente, como finalmente sucedió, mostrando uno cierta ventaja y no Milei, sino el candidato peronista Sergio Massa.

Así mismo, uno se pregunta qué opinarán las corrientes del pensamiento anarquista ibérico, o los anarcosindicalistas, cuando medios públicos españoles calificaban al citado elemento como economista libertario -no liberal enloquecido- o anarquista de derechas, entre otras barbaridades que quizá alguien extrajo de esa nueva inteligencia artificial (IA) de bolsillo que han soltado al ruedo; no extraña que encandile a una adalid de la libertad como la presidenta de Madrid Díaz Ayuso -Isabelita…- es, sobre todo cuando tilda de tirano (sic) al presidente del gobierno Pedro Sánchez. Con el mismo estilazo que la ministra Ione Belarra, con quien debió reunirse Núñez Feijóo para esos cuatro votos que le faltaban, pues Galapagar cae más cerca que Waterloo; a fin de cuentas Podemos, antes de arrogarse la representación de la izquierda, era un partido con enorme vocación transversal y las banderas tricolores o rojas les parecían poco menos que antiguallas que restaban votos.

Cuando se llevan años redactando textos con análisis u opinión política, hay ocasiones en que se sobrepasa la sensación paramnésica del déjà vu hasta llegar al eterno retorno cual noria o, en tradición estadounidense, al día de la marmota. Cuestiones importantes que van a dar a la mar y tornan dentro del ciclo biológico del agua contaminada: la pobreza, el paro, los suicidios, la violencia de género y las demás, la ley electoral, el enchufismo, la productividad, los accidentes laborales o la economía sumergida, entre otras desgracias que nos azotan desde siempre y a todas luces parece que para siempre. Y encima en un contexto político en el reino español mediatizado por los populismos, que cantan bien los males para los que no conocen remedio alguno, y por varios nacionalismos supremacistas, centralistas o periféricos, que desde luego no incluyen en su rosario de necesidades a la miseria, careciendo de correlato económico serio para sus monsergas. Eso sí, Puigdemont i Casamajó suena con tronío.

Los pobres no son buenos nacionalistas ni gente de bien para los partidos políticos, con excepciones, sino un problema estructural que ni se quiere ni se sabe resolver; así el reciente acuerdo de gobierno firmado por el PSOE y Sumar sigue tratando de solucionar asuntos sociales que nos acercan más al siglo XX que al XXI, pues llevamos casi un cuarto del nuevo siglo y mantenemos el paro o la economía sumergida de toda la vida. Según el informe anual «El estado de la pobreza» de la organización internacional EAPN en España hay un 26% de la población (12,3 millones) en riesgo de precariedad y exclusión social; una de cada cuatro personas que nos cruzamos por la calle, saliendo de la moqueta a mano izquierda; un porcentaje que en el País Valencià alcanzó al 27,5% y que en todas las comunidades, islas y ciudades autónomas al sur de Madrid son una de cada tres. Más de 4 millones de ciudadanos están ya en la pobreza severa y en la UE sólo Bulgaria, Grecia e Rumanía presentan tales cifras. Nuestra Gaza.