voces
Habitar la costumbre
Repiquetea en la radio la voz infantil de una de las niñas de San Ildefonso a propósito del sorteo de Navidad. Sin papeletas, no tengo opciones pero lo uso como viaje al pasado, retrotrayéndome a casa, a mamá. Ella encendía aquel pequeño transistor y lo dejaba sonando, sin prestarle atención. Lo hago yo también. Para ella era innegociable el concierto de año nuevo. Para mí también. La repetición es la clave de la costumbre, de la identidad, de lo que somos. No hay mayor patria. Quizá no exista otra. Repetimos para recuperar a las personas que se diluyeron entre las manos de los días, para volver a los cálidos abrazos que eliminaban los problemas, para correr por casa en días de verano y jugarse el pescuezo cruzando a la carrera aquella cortina de hilos de metal. Redundamos y volvemos. Repetimos y volvemos una vez más. Las canciones que rechazamos al crecer y ahora escuchamos cuando estamos solos y desvergonzados. Los platos que rebatimos enfurruñados y hoy anhelamos saborear. Los juguetes que, quién sabe por qué, desechamos y hoy sólo viven en los recuerdos. Recuerdos débiles, sin fotografías que los fijen, que trasladen sus detalles hasta el presente. La costumbre es hábito, transitar el pasado, vivir lo muerto. Y, deseosos de recuperar, somos casi que voluntarios esclavos de lo que fuimos y nos sigue dando sentido.
La costumbre aporta las reglas que crean los vínculos, casi que las dependencias. Necesitamos la cordialidad de lo conocido, de lo vivido, porque el mundo es dramático, algo salvaje, mientras lo conocido es certidumbre y comodidad. Sin hábito es complicado habitar. Eso sí, la patria vive en los recuerdos pero sólo tiene sentido si escucha al futuro. Por eso engañamos a todos diciendo que avanzamos mientras caminamos en círculos.
A veces las personas vuelven como objetos. Son una sudadera antigua verde, un papel donde se escribió “os quiero”, un perfume con olor a jazmín… Los objetos son objetos pero a veces su pérdida requieren duelo porque la utilidad (y, más allá, su sentido) va sujeta a la emoción, a su carga significativa. Remo Bodei hablará de la resonancia afectiva de las cosas. Incluso de su alma.
El sistema nos vende novedad diaria, baluarte del consumo exacerbado. Cosas, cosas y más cosas. Acumuladas, a menudo sin valor. Cosas sin alma, a la espera de significado vinculado a los afectos. En contra, reivindiquemos la herencia, el sentido y el sentimiento, lo único, lo irremplazable porque es personal, casi una persona.
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