Baraja, el mito salvado

"Su legado glorioso como jugador, se enriquece y multiplica con su intervención en el banquillo en el momento más delicado de la historia. Un ejemplo de servicio al club que tiene que no cambia con la eliminación copera"

Rubén Baraja, ayer en Mestalla antes de empezar la eliminatoria de Copa de Rey ante el Celta de Vigo

Rubén Baraja, ayer en Mestalla antes de empezar la eliminatoria de Copa de Rey ante el Celta de Vigo / J.M. López

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En el diccionario de fobias debería estar contemplado un pánico muy peculiar: el miedo a la caída en desgracia de ídolos. Lo pienso cada vez que un club recurre como entrenador a una leyenda del pasado para afrontar una crisis deportiva y reputacional. Es una trampita bien edulcorada y poco denunciada del fútbol moderno. Tapar con mitos indiscutidos las vergüenzas de una gestión, a costa de chamuscar el recuerdo idílico de su etapa como jugador. Un riesgo que la leyenda asume, casi siempre, como un ejercicio de responsabilidad y devoción con sus colores. A veces, también, porque un apellido de reminiscencia ilustre es un salvoconducto rápido para recalar en un banquillo de élite. Cristiano Lucarelli me contó que él prefería «comer mierda» en los derbis toscanos de Tercera, para saber si realmente tenía hechuras de buen técnico, aunque ofertas de Serie A no le faltasen.

"El Simeone del Valencia"

El temor al desmoronamiento de un ídolo lo vemos cada semana, en fascículos de 90 minutos y fragmentos en sala de prensa, con la travesía de Xavi en el Barça. También me vino a la cabeza estos días cuando la Roma anunciaba el fichaje de Daniele De Rossi como entrenador. Romano y romanista, con un álbum de fotos lleno de imágenes de infancia en la casa de la playa de Ostia con la camiseta giallorossa con Barilla de patrocinador y el dorsal bordado por su abuela, soñando con jugar al menos un partido (acabaron siendo 616) con el equipo de su vida. Qué lástima sería que fuesen mal las cosas, que se erosionara su perfecta hoja de servicios, que fuera abucheado por su pueblo, que se triturara su capacidad de entrenador novel. Pasó en Mestalla con Djukic y Pellegrino, marcados en cierto modo para siempre, aunque la gratitud de los días felices nunca cambie. Lo sabe el hincha callado y memorioso. Antes siempre quedará el aplauso al Quique Flores que subía la banda como los brasileños en los años de plomo, que el entrenador tildado de aburrido porque se vio arrastrado por la marea de los delirios de grandeza del doblete.

El partido Valencia - Celta, en imágenes

Baraja en el partido del Valencia frente al Celta en Mestalla / JM López

Cuando Baraja y Marchena se presentaron como voluntarios para apagar un incendio de dimensiones bíblicas, mi pánico fue atroz. Entre todos los momentos para ser entrenador del Valencia, era el menos indicado. Casi un año después, el Pipo no solo ha salido victorioso, sino que ha cimentado las bases para ser «el Simeone del Valencia». Una frase manida en la última década en un club que, antes de sus procesos de autodestrucción, vio a Cubells o Pasieguito llegar como adolescentes y vincularse de por vida.

Con su milagro trabajado, afinando con una obsesión artesanal en el detalle las posibilidades competitivas de un plantel lleno de canteranos, Baraja ha escapado de la amenaza. Su legado glorioso como jugador, se enriquece y multiplica con su intervención en el banquillo en el momento más delicado de la historia. Un ejemplo de servicio al club que no cambia con la eliminación copera. A los mitos hay que observarlos siempre en perspectiva.