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Davos y la pedagogía del presente

54th annual meeting of the World Economic Forum in Davos

54th annual meeting of the World Economic Forum in Davos / GIAN EHRENZELLER

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Davos es un lugar mítico. Lo fue porque ofreció el escenario de una novela genial, La montaña mágica, de Thomas Mann. Lo volvió a ser porque allí tuvo lugar la conferencia más relevante de la filosofía contemporánea, en 1929. Lo es desde hace cuarenta años porque reúne al empresariado mundial para iluminar a la humanidad. Davos es la sede de la pedagogía mundial. Su Berghof concentró las reflexiones sobre las tres grandes crisis contemporáneas.

En la novela, dos pedagogos, Settembrini y Nafta, se disputan el alma del joven Hans Castorp, quien por su educación romántica se siente inclinado al irracionalismo del comunista Nafta, un nihilista ansioso de dar al ser humano por perdido y así ofrecer una salida a su alma violenta; pero que, por su clase social, hijo de la burguesía de Lübeck, debería escuchar al ilustrado Settembrini, un amable creyente en el progreso de las ciencias y de la bondad humana. Incapaz de apostar por uno de ellos, ese niño mimado de Castorp se verá sorprendido en la carnicería de la Guerra Mundial.

Cuando en 1929, en los mismos exquisitos hoteles de montaña, se vieron las caras los filósofos Ernst Cassirer y Martin Heidegger, eran muy conscientes de que se estaban disputando el alma de la juventud alemana. Eran los pedagogos de Europa, y no soy el primero en ver en Cassirer al doble del ilustrado Settembrini, mientras en Heidegger apunta más de un detalle de Nafta. Nunca los personajes en la realidad se ajustaron a los arquetipos literarios con tanta perfección. Ese es un mérito de Thomas Mann, aunque hay una pequeña trampa. Sabemos que Heidegger leyó la novela junto a Hannh Arendt, en medio del idilio.

Cassirer ensañaba atenerse a la norma democrática. Heidegger, por el contrario, entregarse a lo que trajera el destino histórico, porque estábamos arrojados al tiempo. Uno fue rector de Hamburgo y defendió la República de Weimar. Otro lo fue de Friburgo y se presentó como el hombre capaz de guiar al Führer. Uno tuvo que salir al exilio, mientras el otro se quedó comentando la poesía de Höderlin, una bonita tarea para desocupados.

Desde hace cuarenta años, Davos reúne a la flor y nata del empresariado mundial, el nuevo tipo humano de referencia para amplios sectores de la humanidad. Allí ha estado Sánchez hace unos días. También Milei. Dos pedagogos de la humanidad, ciertamente. Sánchez, como Settembrini y Cassirer, ha defendido la tradición ilustrada y el programa de la socialdemocracia. Milei ha traído el nuevo evangelio, el libertarismo. Como si acabara de leer a Carlyle, ha cantado la heroicidad del capitalista. Metiendo en el mismo saco del colectivismo al socialismo, el comunismo, el pensamiento de la socialdemocracia y la coacción fiscal del Estado, todos ellos productores de pobreza, Milei nos alarma con la idea de que Occidente está en peligro.

Sánchez, también, pero por otros motivos. La democracia está en peligro por la convergencia de una inteligencia artificial desbocada, el cambio climático, la presión de la extrema derecha y un sentido obtuso del capitalismo neoliberal. Su tesis es que sólo podemos salir si se recompone el pacto de empresa y Estado que iluminó la socialdemocracia clásica. El Estado defiende la empresa a cambio de que esta se dote de sentido social y colabore en el mantenimiento de la condición de posibilidad de la democracia, una clase trabajadora próspera capaz de tapar sus oídos a los cantos de sirenas de Milei.

Todos los demás discursos se mueven entre Sánchez y Milei, con todas las gradaciones posibles. Pero no hay ningún Hans Castorp aquí. No creo que ni un solo joven de Europa se haya sentido conmovido por estos discursos. Si yo fuera ellos tampoco lo haría. Para que un joven escuche algo creíble tendría que oír que alguien le protegerá de los fondos buitres, cuyo extractivismo parasitario consiste en quitarle la totalidad de su salario a cambio de una habitación. Al menos los antiguos esclavos tenían asegurados los barracones del dueño, o usaban los que abandonaban los legionarios. Como se, y como anticipó Milei, son unos héroes. Y deben serlo, cuando no han producido ya un estallido social desde Berlín a Lisboa.

Ni Nafta ni Settembrini, ni Cassirer ni Heidegger, ni Sánchez ni Milei han curado a la humanidad de sus crisis y ahora tampoco lo harán. El prestigio de Davos está mitificado y tiene su origen en la novela de Mann, más interesante como reconstrucción de una época que los personajes de carne y hueso que los imitaron. La literatura es más intensa que la realidad. Pero por decir algo literariamente intenso, la única solución a medio plazo que veo es separar la vida humana del aparato productivo tanto como sea posible. Bastaría con garantizar condiciones mínimas de vida a todo ciudadano o ciudadana, liberar la vida de un trabajo que ni satisface ni permite alcanzar bienes, y dejar que cada uno busque su pasión y su entretenimiento.

El trabajo ya solo sirve para mantener una acumulación ingente de ceros y unos digitales, concentrados en cuentas bancarias oportunistas que esperan la ocasión para expropiarnos de los últimos bienes materiales y espirituales que tengamos. Como dice Milei son unos héroes. Cumplen al pie de la letra la previsión de Marx justo cuando ya nadie cree en Marx. No es fácil lograr esto. Por cierto, si acaban el discurso de Milei, verán que Youtube pone después uno de Les Luthiers. Youtube sí que sabe.