Reflexiones

¿Hablamos de política?

José Miguel Martínez Castelló

José Miguel Martínez Castelló

Hay un libro que me atrapó desde la primera página hasta la última: Prométeme que te pegarás un tiro de Florian Huber. Trata sobre la historia de los suicidios en masa al final del Tercer Reich en 1945. Es un hecho sin precedentes que deberíamos tener en cuenta como advertencia sobre los peligros y las consecuencias de asumir ciertas ideologías e iniciativas políticas. Familias enteras acabaron con sus vidas, ahogándose en los ríos de sus ciudades, colgándose de árboles o el padre matando a la mujer y a sus hijos y después acabar él con su propia vida. Huber acaba su investigación con una de las mujeres más importantes del siglo XX, Hannah Arendt, pensadora alemana de origen judío. Por su condición tuvo que abandonar su país en 1933 y volvió de visita en 1949 redactando un informe de 40 páginas que tituló, Las secuelas del Gobierno nazi: informe de Alemania. Arendt denuncia la apatía de sus compatriotas frente al dolor causado, rehuyendo de su historia que asumían y abrazaban con una lealtad absoluta y enfermiza. Eludían su responsabilidad porque no hablaban de ello, quisieron borrarlo de su mente para que no volvieran a ello y así cuestionar lo que apoyaron. Siempre he defendido la necesidad de hablar de política, pero evitando un principio esencial que leí hace muchos años en uno de los juramentos de la Juventudes Hitlerianas que debería estar en el frontispicio de las universidades, en los parlamentos y en las escuelas, para combatirlo, para comprender el peligro que se esconde tras él y que muchas personas aplican sin empacho, sin ser conscientes de ello: «Nuestra visión del mundo es un asunto del corazón. Los sentimientos son más importantes para nosotros que la razón». Reconozcámoslo, nos da miedo hablar de ciertos temas porque no queremos ofender, pero lo que más nos cuesta es respetar al otro y dar argumentos. Resulta frustrante escuchar una descalificación de una palabra ante un argumento sólido. Pero en esas estamos.

¿Has experimentado y vivido que alguna amistad se ha roto, se ha distanciado o ha abandonado un grupo de whatsapp por una cuestión política o social llámese amnistía, aborto, igualdad, feminismo, ultraderecha, Pedro Sánchez, el independentismo, ETA o el pasado franquista del PP? Hace unos meses sostenía en este medio que la factura más importante y traumática de la amnistía no era el desguace del poder judicial por parte del poder ejecutivo y político. Lo trágico del asunto es que hoy se evita hablar de política. Es algo curioso. De hecho, haga memoria el lector de sus últimas reuniones con amigos y familiares y ciertos temas que planean en la actualidad y no se tocan para que la velada siga su curso normal. Ahora bien, no ser capaces de hablar de política tiene un peligro mucho mayor. La mayoría de nuestros juicios políticos son prestados, made in cadena Cope, SER, Onda Cero, Losantos, Barceló, Vallés, Otero, Alsina, El Mundo, El País… Y nos quedamos con nuestra parroquia, con nuestros hooligans de turno, aunque diga las mil y una barbaridades. Les invito a que escuchen por la mañana la Cope y la Ser y es posible que lleguen a una conclusión: o viven en países diferentes o mienten porque acrecientan la bola editorial del medio que les da de comer. Ya no debatimos, nos autoconvencemos de lo que pensamos a partir de lo que escuchamos y evitamos o nos marchamos ahí donde nos sentimos cuestionados.

Ahora bien, no hablar de política denota nuestra animalidad y nos aleja de nuestra humanidad. Aristóteles en su Libro I de su Política define a la persona como animal político y social y lo hace por nuestra capacidad de hablar, por tener el don de la palabra: «La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier otro animal gregario, que es el único que tiene palabra». Deberíamos educar en la escucha, en el respeto y en el poder del argumento, no de las tripas que alimentan a diario los voceros de turno. No hacerlo, por cobardía o complejos, nos lleva a que todo pueda ser aceptado y normalizado, sin olvidar que cuando todo vale, nada vale. Entonces, ¿hablamos de política?