Galicia y el voto estructural

Abel Ros

Abel Ros

Una vez más, el PP vuelve a ganar las elecciones en Galicia. Y digo una vez más, y digo bien, porque el partido liberal ha gobernado en la tierra fraguista durante 36 años de los 42 años de autonomía. Este dato se debe interpretar en clave sociológica. Existe, como podemos comprobar, un voto estructural que está por encima de los fenómenos coyunturales, la organización interna del partido y los líderes de turno. Galicia vota PP y lo hace desde una cultura e ideología conservadora, que valora lo tradicional y el costumbrismo local. Así las cosas, cualquiera lectura – en clave nacional – no tiene mucho sentido para el análisis del resultado electoral. Ello demuestra que las victorias gallegas no se deben personalizar en las figuras de Fraga, Feijóo y Alfonso Rueda. Por encima del carisma del líder y el relato electoral está la estructura social, que ha determinado – una vez más – la victoria del liberalismo en detrimento de la socialdemocracia y sus extremos.

En estas elecciones ha habido una subida de las fuerzas nacionalistas en perjuicio del partido socialista. Esta subida atiende, entre otras razones, al poder de las fuerzas territoriales en los aposentos de la Moncloa. El pacto del PSOE con las siglas periféricas ha surtido efecto en las tierras gallegas. Estamos ante un rebrote del nacionalismo gallego, que lejos del independentismo catalán, atesora voz en el hemiciclo gallego. Este auge, de la exaltación de lo local en detrimento de lo general, abre el debate de "las patrias chicas" y la España de las Españas. Estamos, una vez más, ante la cuestión territorial y la defensa de lo autonómico. Una defensa que, de seguir en ascenso, fortalece a las identidades locales, las lenguas cooficiales y el hecho diferencial dentro de un mismo territorio. Este auge se puede interpretar como un efecto colateral del sanchismo o como un castigo a Feijóo. Un castigo al expresidente de la Xunta de Galicia por su intransigencia a pactar con fuerzas nacionalistas y entorpecer una alternativa de gobierno. No olvidemos que tanto el PP como el PSOE han perdido escaños. Escaños que han ido a parar al BNG de Ana Pontón.

El auge del BNG contrasta con la debacle de Sumar y Vox. Ninguno de los dos ha conseguido entrar en el Parlamento gallego. El globo desinflado de Podemos y la pérdida de fuelle de las mareas pasa factura a Yolanda Díaz. Una vez más, el conservadurismo social se impone al relato de la izquierda. Una izquierda que, en el histórico gallego, no ha tenido una alta relevancia en contraste con otras comunidades. Desde la otra grada, Vox fracasa. Un fracaso que sitúa a la fuerza de Abascal fuera del Parlamento gallego. La victoria de Vox, en las pasadas elecciones locales y autonómicas, no obtiene reflejo en las tierras de Feijóo. El electorado gallego dice "no" a la ultraderecha. El antecedente nacional sirve de botón para activar el voto útil. Un voto, que castiga la división de la derecha, y pone su foco en la reunificación de la misma. A todo ello, debemos sumar la alta participación electoral en contraste con las últimas urnas. El incremento del 18% de votantes tira por la borda a las teorías de la participación. Más participación electoral no siempre beneficia a las fuerzas de la izquierda. No olvidemos que Galicia responde a un electorado sociológicamente de derechas. Un electorado, que movilizado perjudica – y aquí tenemos la prueba – a los motores del sanchismo.