Al tall

Galicia en València

Alejandro Mañes

Alejandro Mañes

Recuerdo Galicia, hace más de veinte años, noviembre 2002, los remolcadores arrastrando al petrolero Prestige, mar adentro, escupían contra el viento, y ya se sabe lo que pasa cuando se escupe a barlovento. Alfonso Alonso Barcón, antaño marino, lo describía, de manera comprometida y solidaria, con su país, Galicia, desde su tierra de adopción, València. Piloto de la marina mercante, realizó hace años un magnífico trabajo sobre los aspectos sociológicos del trabajo en la mar. En este se recoge tanto el desarraigo de la emigración como la desesperanza por la situación. En sus primeras páginas incluye el Monólogo de vello traballador, de Celso Emilio Ferreiro, en el que puede leerse: «Agora tomo o sol. Pero até agora traballei cincoenta anos sin sosego... Nada teño. Mentras o tomo, espero».

Hoy, semejante tragedia sólo podría ser soportada por quienes llevan sobre sus espaldas siglos de humanidad y emigración. La marea negra - como recientemente la marea blanca, de pellets de plástico - no son sino un símbolo de la dureza de la vida de estas gentes, que sólo alivian la miseria de su condición con el recurso a la emigración. Ese es su temor, desconocen oficios y beneficios, lenguas y culturas, que no sean los propios de la marinería y de su país. País que a menudo es la ría en la nacieron y vivieron hasta morir, mientras la situación económica se lo permitió y no llegó a expulsarlos.

En las actuales circunstancias, el fantasma de la emigración se abate, de nuevo, sobre quienes poblaron medio mundo cediendo su gentilicio de «gallegos» al conjunto de la bien poblada emigración española. Por entonces, Mª del Mar Bonet, interpretaba el poema de Rosalía de Castro, Sombra negra, en lo que podría considerarse una dramática premonición literaria ante la gestión de la catástrofe, «cuando pienso que te has ido, negra sombra que me asombras, vuelves haciéndome mofa».

La oscuridad del porvenir hace reencontrase, bruscamente, a muchos gallegos con el pasado que creían olvidado. Castelao, desde lo más alto, podría contemplar expectante la reacción de sus paisanos. Nuevas opciones políticas se les plantean, confiando que esta vez la movilización contribuya a la toma de conciencia y a la mejora en las condiciones de vida de quienes fueron sus conciudadanos. Su mayor riqueza, el mar, que nunca pudieron robarles, se encuentra amenazado por un progreso deshumanizado, que no ha contado tampoco con la protección que debía de la Unión Europea, que para eso está.

Matilde Llòria, poetisa valenciana, tan querida en Orense, que comparte el amor por ambas culturas - como Susana Fortes, llegada desde Pontevedra a València - y por sus dos mares, recoge en el libro de versos, referido a su memoria anterior, cuando habla de la Primera travesía: «...Y de pronto, lo azul. La líquida turquesa del mar en movimiento casa su intenso añil con el celeste puro de los cielos”. ¿Cuándo lo volveremos a ver? Confiemos que, tras las elecciones, aun con escasos cambios de fondo, las posibilidades de mejora en su país no se revelen imposibles.