Tribuna abierta

No hemos visto construir el iceberg y ahora tememos su ápice

Remedio Sánchez Férriz

Remedio Sánchez Férriz

Son ya varios los años que, aunque no lo suficiente, algunos invocamos la Constitución, su normatividad y obligado respeto. No ha debido ser suficiente porque nada ha cambiado en la laboriosa y lenta vuelta de «patas arriba» del sistema que el texto fundamental representa.

Las previsiones constitucionales nos permiten calificar nuestro régimen de parlamentarismo racionalizado como el propio TC ha declarado en ocasiones pero la evolución sufrida permite a algunos autores calificarlo de parlamentarismo diluido o más bien «difuminado» porque el parlamento se difumina ante la mirada de los ciudadanos que queda atrapada ante la actividad y permanente presencia mediática del gobierno. El repaso de la actividad gubernamental como intromisión en las tres funciones típicas del parlamento pone de relieve la absoluta preeminencia del ejecutivo y el desconocimiento de la Constitución y los Reglamentos parlamentarios que el gobierno ignora dejando sin defensa al parlamento.

Ello se puso de relieve especialmente en los años de la pandemia y en forma bastante descarada, aunque la gravedad de la situación aconsejaba cierta flexibilidad o permisividad. Pero no ha acabado ahí, como la constitución y las leyes exigen cuando finalizan las circunstancias extraordinarias. Mas bien diría que hay una escalada cada vez más preocupante en el desconocimiento e inaplicación constitucional. Y parece que se va enquistando de modo que si algún día se acometiera la reforma constitucional no debiera olvidarse que muy probablemente estaría destinada al fracaso si, junto con las normas, no cambian las prácticas políticas que, en gran parte, han provocado los problemas institucionales que ahora nos aquejan.

Es demasiado recurrente la mención de la STC 31/2010 como causa de todos los males que se resumen en la idea de «procés». Tengo para mí, sin embargo, que la cuestión viene de principios de siglo; en particular, del llamado pacto del Tinel, de 2003. Aquello pasó desapercibido, o al menos yo no recuerdo que nadie se rasgara las vestiduras y motivos de peso había; pero es ese tipo de procesos que se inician como si nada y, paulatinamente, se desarrollan llegando a un punto en que ya no sabemos por dónde salir. Pero de ello no me preocupa tanto la intervención de varios partidos pequeños por más que sean nacionalistas más o menos radicales, sino la intervención de uno de los dos grandes partidos de gobierno que, aun en aquel entonces de 2003, conformaban nuestro bipartidismo. Que uno de los dos partidos de gobierno, entonces en la oposición, acumulara todo tipo de partidos contra el otro, entonces en el Gobierno, con el fin de dejarlo fuera del juego político, puede formar parte de los vaivenes de la política y en el caso, además, podía tener la medio disculpa de tratarse de un pacto para un concreto territorio como Cataluña; aunque desde el principio quedo muy claro que la finalidad era trasladarlo al nivel nacional como al final ha ocurrido. Pero es un hecho realmente extraño que, aun sin parecerlo, puede cambiar todo el sistema de partidos y el régimen democrático que había estado funcionando desde 1978.

Todo se ha logrado lentamente paso a paso, pues en lo que a nosotros se refiere, lo que realmente ha debilitado al parlamento recientemente es esa razón llamada «matemática parlamentaria» que podríamos decir roussoniana (la mitad más uno es la volonté general) en cuya virtud existe un enfrentamiento y una polarización como la que hoy sufrimos; tener apoyo de la mayoría absoluta es poder burlar toda intervención parlamentaria de control. Y ello es llamativo si nos encontramos, como nosotros en la actualidad, con un Gobierno apoyado por 8 partidos que solo tienen 3 como oposición, aunque la diferencia numérica de los escaños sea mínima.

La democracia parlamentaria comenzó abandonando las practicas disfuncionales de los Estados liberales y centrando las nuevas democracias de la segunda postguerra en torno al pluralismo y a la protección y respeto de las minorías por parte de las mayorías. Hoy también ahí le hemos dado la vuelta pues este sería un caso curioso en el que las minorías, más que ser respetadas, gobiernan frente a una notable mayoría.

Y así, al final, el iceberg empieza a verse y nos muestra su ápice: ha tenido que descubrirse la última parodia constitucional, la ley de amnistía, para que hoy esta atraiga todas las miradas hasta ahora algo desviadas y hasta podríamos preguntarnos ¿cómo se ha llegado hasta aquí?

Pues así, poco a poco, como quien no hace la cosa, pero se ha hecho por quien ni respeta la Constitución ni parece tener mucho interés en hacerlo.