Koldo como síntoma

José Luis Ábalos, en presencia de Koldo García, en un viaje a Asturias.

José Luis Ábalos, en presencia de Koldo García, en un viaje a Asturias. / LNE

Antonio Rodes

Antonio Rodes

Existe un inquietante paralelismo entre el descubrimiento de los manejos de Luis Roldán y la aparición sorpresiva del tal Koldo. Dos seres de similar transformación en personajes clave desde un pasado ignoto. La corrupción como patología postrera y sintomática de la decadencia. Aquél explotando los cuarteles, éste la salud. Luis Roldán acabó siendo símbolo de la decrepitud de la hegemonía socialista con Felipe González. A ver qué anticipa el singular y estrambótico Koldo.

Desde julio del pasado año ni la realidad ni la demoscopia ni los resultados dan buenas noticias al socialismo español. Tan solo una noticia positiva aparece tenaz en su haber, la persistencia de Pedro Sánchez y su gobierno a pesar de lo hostil del entorno. Y cabe poner en valor esta heroicidad. Y la audacia de su protagonista. Es evidente que ha trasladado su manual de resistencia al ejecutivo. Pero, claro, la resistencia es un reflejo defensivo, una estrategia reactiva ante la amenaza o el asedio. En política es una estrategia de oposición. Pero el PSOE está en el gobierno donde las estrategias han de ser propositivas. En política la estrategia de resistencia se define en función de las tácticas de los rivales, las estrategias propositivas se definen en función de las convicciones propias. Evidentemente, esto es el gobierno, no el maquis.

Y como tal condición de gobierno necesita una estrategia propositiva que lo identifique políticamente. Eso significa pasar del manual de resistencia al manual de liderazgo. Y este último prescribe la formulación de unos objetivos estratégicos capaces de ilusionar a la ciudadanía y al equipo que lo ha de trasladar. O sea, al partido.

Hoy el gobierno determina la concesión de la amnistía para el procés catalán como reflejo reactivo a la necesidad de cuadrar la aritmética parlamentaria, pero no hay pistas respecto de una posición clara del socialismo español respecto de la cuestión catalana. Cabría pasar de ofrecer una solución a Puigdemont a proponer un horizonte a Catalunya. Tampoco hay noticia sobre una necesaria actualización de la hoja de ruta de la España autonómica, el mapa de competencias y la financiación. ¿Habrá que esperar a nuevos asedios puntuales para construir, reacción a reacción, la posición socialista en temas tan esenciales?.

Existen, indudablemente, buenos indicadores macroeconómicos pero hay inquietantes señales de la repercusión de esos indicadores sobre amplios sectores de la sociedad como es el caso, del todo preocupante, de los jóvenes. Puede presentar un saldo notable de avances en la política social, pero hay dudas más que razonables acerca de las posibilidades de continuidad y profundización de esas políticas. Y ello porque ya se hicieron algunas de las más llamativas como las pensiones, el salario mínimo, las ayudas para mitigar el impacto de la pandemia… Y, además, no se espera una etapa fructífera en producción legislativa por la endiablada aritmética parlamentaria.

Lo perverso de la estrategia de resistencia reactiva es que aceptas jugar en el campo que te marcan los rivales o en el marco de los obstáculos sobrevenidos. En ese contexto, la opción política agota su propia munición en defensa de la pervivencia gubernamental achicándose los espacios y ofreciendo a la derecha un camino expedito hacia la fagocitación de la conducta electoral de los españoles y hacia la conformación de una nueva mayoría.

Especial víctima de esta estrategia es el propio partido entregado a secundar las soluciones reactivas del ejecutivo, a menudo no suficientemente entendidas por insuficientemente explicadas. Y eso sí constituye una alarma inquietante. En otros momentos el PSOE fue una formidable maquinaria de absorción de aspiraciones ciudadanas y de traslación de políticas activas. Esa etapa coincidió curiosamente con la existencia de liderazgos territoriales que gozaron de gran autonomía y que oponían, en no pocas ocasiones, criterios contrarios a la propia dirección. Hoy Pedro Sánchez compromete una renovación de liderazgos territoriales. Pero todo indica que lo hará de arriba abajo. Véase el caso valenciano. Se ha extendido la convicción jesuítica de que la confrontación de candidaturas internas es un peligro para el partido reconociendo, en el fondo, la incapacidad de la organización para establecer reflexiones que podrían arrojar luz sobre la percepción que de la realidad tiene cada territorio. Esa singular teoría ha conducido a situar a Diana Morant como cunera en su propia tierra. Dudoso favor a su acreditada valía. Este modelo indica que el partido se estructura en función de su contribución a la resistencia en el gobierno, no en función de absorción de aspiraciones ciudadanas y traslación de objetivos políticos.

En este escenario el peligro es que el partido entre en un proceso de autofagia en virtud del cual se hace cada vez más pequeño y con menos poder territorial conforme se supedita más a la estrategia reactiva gubernamental. Así lo acredita Galicia como ejemplo.

En 1993, tras una victoria pírrica, Felipe González dijo “he entendido el mensaje”. No fue así. Roldanes y Koldos nunca son la causa de la decadencia de una hegemonía. Costituyen síntomas. Aquél se erigió en símbolo de la decadencia sólo ante la falta de reacción. Quedó, no obstante, un PSOE fuerte en pie que consiguió el retorno al poder ocho años más tarde. La pregunta es si hoy se está entendiendo el mensaje. Ello implicaría que Pedro Sánchez pasase de ejercer el control a ejercer el liderazgo. Y lo que ello conlleva de propuesta estratégica a la sociedad y autonomía para el partido.

Si es así, Koldo podría ser simplemente una señal de alerta cuyo mensaje se habría entendido.